Tomás Insua: “Es verdad que la COP26 es mucho bla bla, pero también hay signos positivos”

Tomás Insua en Roma
Elisabetta Piqué

ROMA.— Su “conversión ecológica” ocurrió en Filipinas en 2014. Entonces Tomás Insua, marplatense que creció en Buenos Aires, se encontraba trabajando para Google en el sudeste asiático. Y por esas cosas del destino, le tocó ver en primera persona el espanto causado en diversas islas de Filipinas por el supertifón Haniyan. En ese contexto de devastación, muerte y refugiados, escuchó por primera vez el concepto de justicia climática y entendió que tenía que hacer algo. Más allá de que años antes, mientras trabajaba junto a sacerdotes franciscanos en villas del conurbano bonaerense, solía pensar que si había personas que se morían de hambre, no eran prioridad ni los osos polares ni la ecología.

“Como todo argentino promedio, la cuestión ambiental es bastante nueva para mí, soy un ambientalista reciente”, dijo en una entrevista a LA NACION Insua, de 34 años. En ese mismo 2014, mientras terminaba un máster en Harvard en políticas públicas climáticas y al darse cuenta de que la Iglesia Católica estaba ausente del creciente debate sobre cambio climático, fundó el Global Catholic Climate Movement. Una agrupación formada hoy por 800 organizaciones católicas presentes en más de 150 países de los cinco continentes, que pasó a llamarse Movimiento Laudato Sí —como la encíclica del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común—, de la que es director ejecutivo.

Aunque Insua, que desde 2017 vive junto a su mujer en Roma, no pudo ir a la COP26 de Glasgow porque acaba de ser padre, una delegación de 30 personas de su Movimiento sí estuvo en Glasgow. Allí, hicieron varios eventos e impulsaron la petición “Planeta Sano, Gente Sana” con la firma de 425 organizaciones y de más de 120.000 católicos, que llama a que se hable también de la crisis de biodiversidad, que es igual de importante que la climática.

Insua le presentó Greta al Papa en el Vaticano, en abril de 2019
Insua le presentó Greta al Papa en el Vaticano, en abril de 2019


Insua le presentó Greta al Papa en el Vaticano, en abril de 2019

“Y no sólo eso, tenemos que trabajarlas de forma integrada ya que no lo estamos haciendo. En la Argentina, por ejemplo, la deforestación del Gran Chaco es una tragedia para el clima, pero también para la biodiversidad. Estas dos agendas de la ONU están trabajándose en forma aislada y tenemos que juntarlas”, explicó.

—¿Es un fracaso esta COP26, como dijo Greta Thunberg el otro día o es demasiado decir eso?

—Es muy mezclado. Hay cosas muy malas y hay cosas buenas. Las malas: como dice Greta, hay mucho bla bla. Se fijan objetivos a 2050 de lo que sea, pero no se están haciendo las cosas que se tienen que hacer hoy. Para llegar a algo en 2050 tenemos que empezar ayer. Y la gran mayoría de los gobiernos lamentablemente no está aclarando y comprometiéndose a cuáles son las acciones de corto plazo. Hablando de la Argentina, por ejemplo, un papelón fue que el día que arrancó la COP, la Secretaría de Energía presentó su plan de desarrollo energético y está todo basado en el gas, con Vaca Muerta y demás. ¡Y es incompatible con el Acuerdo de París! Tenemos que dejar afuera los combustibles fósiles.

—Falta de sincronización...

—Tengo entendido que no están muy alineados... ¿Pero qué credibilidad tiene la Argentina de que quiere llegar a emisiones cero en 2050 si el día que se abre la COP26 presenta un plan que dice que en las próximas décadas vamos a seguir invirtiendo en crear nuevos gasoductos, nuevos oleoductos? Es lo que viene pasando desde hace décadas, que se dice algo a futuro, queremos hacer tal cosa, pero en la práctica lo que hacen hoy los gobiernos es totalmente contradictorio. Y el ejemplo argentino ilustra lo que pasa en muchos países, lamentablemente, donde hay total contradicción en las propuestas que están haciendo los gobiernos...

—¿Y las cosas buenas de la COP26?

—Si bien están estas cosas negativas, hay algunos movimientos positivos. Por ejemplo, el gran anuncio que hicimos de desinversión de combustibles fósiles, que ha sido gigantesco: ya son 39 trillones de dólares, en inglés, desinvertidos, en un boicot financiero a las petroleras y a las empresas de carbón. Se comprometieron instituciones grandes, que van desde universidades, gobiernos municipales, no nacionales, fondos de inversión, entidades religiosas, todo el que tenga activos financieros. Y nosotros estamos ayudando a coordinar la parte religiosa/católica de este gran anuncio, que aporta 4200 millones de dólares. Es sacarles el flujo de financiamiento. Y es una campaña que viene desde hace 8 años y va tomando cada vez más fuerza. Y lo lindo es ver que se está moviendo el mundo a pesar de que los gobiernos nacionales no se están moviendo con la velocidad que deberían. Acá es donde es mezclado: es difícil decir blanco o negro, bueno o malo, éxito o fracaso, es una bolsa mezclada. Y nosotros estamos tratando de levantar la voz de la Iglesia, porque es un imperativo moral. Hay que salir de estos debates geopolíticos, técnicos, económicos y decir que es un deber moral la lucha contra el cambio climático.

—¿Qué pensás del planteo, que también hizo el gobierno argentino, del canje de deuda por naturaleza?

—Nosotros apoyamos esa movida. El Papa lo ha dicho, también, que es algo para explorar, para mirar con más detalle. El concepto de canjear deuda por deuda ecológica es muy positivo y es un punto de la Laudato Sí. Los países más ricos, que son los más contaminantes, tienen una deuda ecológica con los países más pobres, tienen una responsabilidad más grande. Aunque hay pobreza, Argentina es un país de ingresos medios. Y tomo como algo positivo que el gobierno esté hablando de eso, pero el tema es que hay que mirar la letra chica, que si se hace canje de deuda tiene que usarse en cosas realmente verdes.

—En Glasgow hubo un anuncio de parte del gobierno de una inversión para producir hidrógeno verde...

—Es un signo positivo, aunque hay que mirar más detalles, si es realmente hidrógeno verde, hay que estar seguro de que sea realmente verde...

—¿Vaca Muerta implica un desastre ambiental?

—Sí. De hecho, la Iglesia está claramente en contra de Vaca Muerta —en octubre en vista del G-20 hubo un pronunciamiento en este sentido que lamentablemente pasó desapercibido— y esto en el debate político argentino no es muy políticamente correcto decirlo. Sea cual sea el gobierno de turno, todos han apoyado Vaca Muerta y lo más increíble es que el gobierno argentino, con los impuestos de todos los argentinos, le está dando grandes subsidios a estas mega corporaciones petroleras que han sido las principales destructoras del medio ambiente, para que se sigan enriqueciendo. Es una gran contradicción con el discurso del gobierno actual. Vaca Muerta está en total contradicción con el Acuerdo de París. La Agencia Internacional de Energía y muchos otros actores están diciendo que no necesitamos más infraestructuras de combustibles fósiles, científicamente incompatibles con un planeta sano. Y se sigue apostando y subsidiando esta producción que son inversiones a largo plazo, a través de infraestructuras que se construyen en 30 o 40 años. Y no tenemos 30 o 40 años, tenemos 5 años. Pero no es sólo Vaca Muerta. También están las licitaciones para el mar argentino que salieron hace poco, en las que las peores petroleras van a empezar a producir en el mar argentino, frente a Mar del Plata y demás.

—El tema es que todo eso significa fuentes de trabajo...

—Sí, pero también las energías renovables son fuentes de trabajo. Y en este marco es importante que haya una transición justa. Por supuesto el trabajador de una gran petrolera no es culpable de nada, está buscando el pan para su familia. Pero hay que acompañar a esos trabajadores a que transicionen a las nuevas industrias limpias. Los gobiernos tienen que acompañar la transición. Si queremos generar trabajo, hagámoslo, pero con industrias que impliquen que los hijos de estos trabajadores tengan un planeta habitable.

—¿Qué habría que hacer entonces?

—Hay que dejar los combustibles fósiles, frenar estas nuevas exploraciones en el mar argentino, la expansión de Vaca Muerta y, en cambio, apostar a las renovables, generar trabajo con eso, pero tiene que haber voluntad política y acá es adónde las petroleras son tan fuertes, tan poderosas, que lamentablemente también entra en juego la corrupción...

—Pese a todo esto ¿sos optimista?

—Sí, profundamente optimista, aunque sea una paradoja. Hay que ser claros: las cosas están muy mal, pésimas. Pensando en la Argentina, el río Paraná, seco, la deforestación, el cambio climático... Estamos viendo los efectos por todos lados, como por ejemplo, el domingo pasado acá en Roma tuvimos el día de noviembre más caluroso de la historia, vimos los incendios de agosto en Sicilia donde se detectó la temperatura más alta de Europa; un millón de personas con la primera hambruna climática de la historia ahora en Madagascar, de la que nadie habla. Los signos son realmente muy malos, pero en la cosa mezclada de lo bueno y lo malo junto, lo bueno que está pasando es motivo de esperanza. Hay mucho movimiento, no es sólo la Iglesia que se mueve y también otras religiones, las universidades, las ciudades, los jóvenes, la movilización de los jóvenes es sin precedente... Estamos en el medio de una cosa caótica, pero tenemos que agarrarnos de lo bueno. Si bien ya estamos empezando a ser golpeados y vamos a ser golpeados, porque si hoy frenásemos todas las emisiones, aún así, la Tierra va a seguir calentándose, estamos a tiempo de evitar lo peor. No tenemos alternativa que tener esperanza y agarrarnos de lo bueno. Y mi principal fuente de esperanza es la encíclica Laudato Sí, que a nivel personal ha transformado mi vida, pero que a la Iglesia también la está transformando por completo, en un proceso que toma tiempo pero que es inexorable.

—¿Cómo explicarías el papel de la Laudato Sí?

—El tema del ambiente se ha vuelto una prioridad para la Iglesia, aunque eso siga llamando la atención: ¿la Iglesia se mete en estos temas? Sí, se mete en estos temas. Francisco no dijo nada nuevo en la encíclica Laudato Sí, compiló lo que ya se había dicho y lo puso magistralmente en un documento, pero esa compilación sí es nueva y ha desatado una cantidad de acción sin precedentes y más aun, transformó el debate. En vez de ser la crisis ecológica una cuestión para políticos, economistas, ingenieros o ambientalistas, es para todos. Y nadie ha logrado replantear el debate en términos morales, como lo ha hecho el papa Francisco. Se trata del deber de cuidar este don de Dios y a su vez acoplarlo con el imperativo de justicia, el famoso clamor de la Tierra y el clamor de los pobres que Francisco siempre enfatiza y también, el deber moral hacia nuestros hijos. ¿Por qué mi beba de 6 meses tiene que heredar este planeta devastado y ni hablar, sus hijos y sus nietos? Creo que este replanteo en términos morales es lo más importante que debe ocurrir para destrabar la acción colectiva de la humanidad sobre este tema y Francisco con la Laudato Sí lo puso en el centro de escena. Eso es para mí la principal fuente de esperanza.