"Es que mi hijo tiene un carácter...": por qué tu hijo quiere salirse siempre con la suya

Durante los encuentros en mis espacios de formación, es muy frecuente escuchar a los padres decir, "Se enfada si no la complazco o no le doy lo que pide, me grita y lanza lo que tenga en la mano... Siempre quiere salirse con la suya, el otro día se empeñó en ponerse el pijama del Capitán América, en lugar de la camisa y el pantalón que compramos para ir a la fiesta de cumpleaños de la abuela... Se niega a dejar de jugar cuando es la hora de ir a bañarse o comer...", y luego cierran con la frase: ¡Es que mi hija o hijo tiene un carácter!

Después de que terminan de compartir sus testimonios, les pregunto qué edad tiene "el peque con carácter fuerte". A que te imaginas la respuesta: dos, tres, cuatro, cinco años... Entonces yo zanjo diciendo, "si los padres con niños pequeños nos reuniéramos y habláramos sobre nuestros peques con más frecuencia, nos daríamos cuenta de que todos responden muy parecido, ¿no será entonces que se trata de algo que tiene que ver con la edad y no con el carácter?

(Getty Creative)
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Para educar sin causar interferencias es importante reconocer la diferencia. Y es que muchas veces por no saberlo los adultos terminan viendo en el niño un problema de conducta donde no lo hay, y queriendo resolverlo, provocan más complicaciones que luego siguen en bucle enredándose más con malos entendidos que llevan a malos tratos.

Los rasgos del carácter se van construyendo durante la primera infancia dependiendo básicamente del vínculo, cuidados y trato que reciben las criaturas hasta los siete años cuando ya se establecen las bases de su propia autoimagen, de cómo interpretan al mundo que les rodea y cómo responden frente a ello.

Los rasgos evolutivos son propios de un rango de edad determinado y van quedando atrás por sí solos en la medida en que los niños crecen, siempre que no hayamos causado interferencias.

Los rasgos del temperamento son genéticos y también hacen parte de la construcción del carácter del niño, pero en un porcentaje mucho menor que la influencia del vínculo con sus padres.

¿Qué tan malo puede ser querer salirse con la suya?

Se trate de un rasgo madurativo, del temperamento o del carácter, somos muy rápidos para juzgar en lugar de comprender las conductas de los niños. Se cree que querer salirse con la suya, por ejemplo, se debe al hecho de que los niños son por naturaleza seres caprichosos, pequeños tiranos, insaciables y no sociables a quienes debemos frustrar porque de lo contrario no encajarán en sociedad con lo cual incurriríamos en crianzas permisivas y negligentes.

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Hay dos cosas que llaman la atención frente a estas creencias. La primera es que se descalifique al niño por querer salirse con la suya, que es lo mismo que querer lograr sus objetivos. Sin embargo al mismo tiempo se pretende que este niño desarrolle una alta motivación, sensación de capacidad, seguridad, autoestima positiva, motivación al logro, capacidad de esfuerzo, etc., etc.. Es decir, una contradicción en toda regla.

Aclaremos algo importante, el hecho de que el objetivo del niño vaya en contra del objetivo del adulto (el niño quiere seguir jugando pero es la hora de bañarse), no quiere decir que salirse con la suya o querer lograr sus objetivos sea necesariamente negativo. Por el contrario, deberíamos resignificar el empeño de los niños en “salirse con la suya” como una actitud empoderante.

Una vez se diferencie el hecho de que los niños quieran lograr sus objetivos con el hecho de que estos objetivos entran en conflicto con los nuestros, o no son viables por motivos razonables, hay que encontrar la manera de resolver dicho conflicto respetuosamente sin negar el derecho de las criaturas a desear salirse con la suya. Y esto no quiere decir que los vamos a complacer en todo, pero cuando me refiero a este tema siempre me tomo la molestia de aclararlo porque aunque debería ser una cuestión de sentido común, parece que no se entiende.

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Es decir, si el niño se quiere comer el paquete entero de chucherías y ver pantallas todo el día, no lo dejamos que se salga con la suya, pero ¿por qué no cuando se quiere vestir de Capitán América, o bañarse primero y comer después en lugar de hacerlo como tú le mandas?

Es aquí donde quiero referirme al segundo punto de esta reflexión. Te aseguro que te sorprenderás si observas bien todas las veces que tus peques te hacen caso cada día. Prácticamente están sometidos sistemáticamente a nuestras órdenes, mandatos, deseos, prioridades organizativas y la mayoría de las veces nos complacen, hacen lo que les imponemos o pedimos. Saca la cuenta y lo verás.

Estoy segura de que si otro adulto nos pidiera o impusiera la misma cantidad de veces el modo en que debemos comportarnos, qué hacer, qué comer, cómo sentir, pensar, decir o expresarnos, no podríamos aguantar tanta presión ni un solo día.

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