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'Oficial y caballero': cuando el cine nos engañó con la química entre Richard Gere y Debra Winger

Debra Winger y Richard Gere, protagonistas de 'Oficial y caballero', aceptan su premio Marc' Aurelio por su trayectoria durante la ceremonia de clausura del 6º Festival Internacional de Cine de Roma el 4 de noviembre de 2011 en Roma, Italia. (Foto de Elisabetta Villa/Getty Images).
Debra Winger y Richard Gere, protagonistas de 'Oficial y caballero', aceptan su premio Marc' Aurelio por su trayectoria durante la ceremonia de clausura del 6º Festival Internacional de Cine de Roma el 4 de noviembre de 2011 en Roma, Italia. (Foto de Elisabetta Villa/Getty Images).

A cuarenta años de su estreno, Oficial y caballero todavía sigue siendo una de las películas románticas con la química más explosiva del cine. La tensión sexual que Richard Gere y Debra Winger transmitieron en aquel drama ochentero sobre un cadete de piloto rebelde y una joven soñadora, hizo explotar la taquilla de 1982 con un éxito descomunal de 190 millones de dólares sobre un presupuesto mínimo de $6 millones. Fue un clásico instantáneo. Sin embargo, esa química romántica que derrochaban en cada beso, mirada y abrazo, era muy diferente cuando se apagaban las cámaras.

La tensión que compartían Debra Winger y Richard Gere era tan real como la que vimos en pantalla, con la diferencia de que ellos la vivieron desde el lado completamente opuesto. Ambos eran actores en alza que venían de haber amasado éxitos como Urban Cowboy (Cowboy de ciudad) (1980) y American Gigolo (1980) respectivamente, y a pesar de compartir una química explosiva, se evitaban en el rodaje. Una verdad que resulta increíble de imaginar cuando recuerdas las secuencias de miradas penetrantes, cercanía física y arrumacos que compartían entre besos constantes con autenticidad feroz a lo largo del metraje.

No obstante, en este caso no se trata de habladurías de Hollywood, rumores o leyendas urbanas. Ellos mismos lo reconocieron en diferentes entrevistas en las que Debra describió a su compañero como “una pared de ladrillos”. Es más, Louis Gossett Jr., compartió la historia en su biografía publicada en 2010, An actor and a gentleman. La estrella ganadora del Óscar a mejor actor de reparto por interpretar al duro sargento Emil Foley (aquel que desafiaba al rebelde Zack a sacudirse su rebeldía caprichosa a base de ejercicios militares y gritos amenazantes), relató en sus páginas que mientras el “el resto del reparto se iba de fiesta, Richard y la igualmente talentosa Debra Winger, se retiraban a sus propios rincones”.

“La química en pantalla entre los dos era magnífica, pero era una historia diferente una vez se apagaban las cámaras” añadió. No podían haberse mantenido más lejos el uno del otro”.

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Richard Gere siempre se mantuvo políticamente correcto al hablar del asunto, por ejemplo, alabándola en una entrevista de 2012 para Film Festival Traveler por haber sido “una persona buena, amable y genuina con un corazón real ante la cámara”. Pero, curiosamente, dejaba caer parte de su posible responsabilidad detrás de la tensión negativa al asegurar que, a diferencia de su compañera, él no había podido ser igual que ella. “Yo era muy complicado. Estaban sucediendo muchas cosas. Tener una presencia directa es algo muy difícil de hacer” sentenciaba.

Sin embargo, por mucho que la película haya quedado grabada en la memoria cinéfila del mundo como uno de los clásicos románticos de los años 80s gracias a la química entre ellos, hubo muchos factores que hicieron que Oficial y caballero se convirtiera en una experiencia terrible para Debra Winger. Porque la actriz no solo llamó “una pared de ladrillos” a Richard Gere tras el rodaje, sino que también describió al director, Taylor Hackford como “un animal” (vía The Guardian).

En otras palabras, Debra odió hacer la película y se negó a participar en la promoción, incluso cuando fue nominada al Óscar a mejor actriz. “No lamento haber hecho la película porque trajo alegría a muchas personas” dijo en 1986 a New York Times.Pero hacerla fue traicionero. No necesito mucho cuando hago una película, pero sí necesito respeto y no lo tuve” sentenció.

Por ejemplo, la actriz habría tenido que soportar que el productor Don Simpson se negara a ficharla diciéndole que “no era lo suficientemente f*llable” (vía Roger Ebert). Otra persona del equipo señaló su figura y le entregó pastillas para la retención de líquidos, diciéndole que se veía “hinchada”. Cuando ella no las había pedido. Winger contó a The Telegraph en 2021 que no sabía qué eran pero que se negó a aceptarlas haciendo uso de su personalidad independiente, sin dejarse amedrentar por las miradas externas. Pero reconoció los peligros de semejante libertad ajena en la industria, señalando el daño que pueden causar a alguien con otro tipo de autoestima. “Era tan joven que no sabía lo que eran, las devolví y dije ‘no voy a tomar eso’. Me parecía ridículo. Pero alguien más podía haber sucumbido”.

En otra entrevista de 2018 con Watch what happens live with Andy Cohen también culpó la tensión entre ella y Richard Gere al mal manejo de la producción. “Cuando hay cerdos involucrados, cuando hombres malos manejan el show, tienden a quitarle la diversión a todo” dijo. Porque además de lo narrado, existe una historia que señala que la actriz habría realizado las negociaciones contractuales por su cuenta basándose en el guion original que había leído. Sin embargo, el libreto cambió más tarde añadiendo un desnudo sin su consentimiento. Winger se habría alterado al descubrirlo pero como su contrato no incluía una cláusula de no-desnudos, la habrían obligado a rodarla.

Y si bien con el paso del tiempo, Richard Gere y Debra lograron dejar la mala tensión en el pasado, incluso bromeando al respecto (“¿Sigues diciendo cosas terribles sobre mí?” dice Debra que su compañero le preguntó un día entre risas), este tipo de anécdotas solo añadieron más leña a la mala reputación que Hollywood fue creando en torno a Debra Winger. Porque Oficial y caballero no fue la única película donde tuvo problemas. También chocó con Shirley MacLaine durante el rodaje de La fuerza del cariño (1983), con el director Ivan Reitman en Peligrosamente juntos (1986) y con John Malkovich, describiéndolo como “un modelo de pasarela” en El cielo protector (1990). (vía The Guardian).

Sin embargo, ahora que conocemos las tácticas de Hollywood para mantener a las mujeres de la industria en un plano inferior (como Ashley Judd asegura que hizo Harvey Weinstein corriendo la voz de lo difícil que era trabajar con ella a modo de venganza), podemos ver la historia de Debra Winger con otros ojos.

Y es que Debra se ganó la reputación de “difícil” por simplemente no morderse la lengua. Siempre dijo lo que pensaba, por mucho que eso la llevara a perder oportunidades o a ser relegada a un segundo plano cinematográfico a pesar de ser una de las intérpretes más talentosas de su generación. Nunca fue un personaje diplomático y no tuvo reparos en decir lo que pensaba de sus películas y compañeros. Pero en una industria en donde combatir las imposiciones masculinas o no escuchar a las opiniones de las actrices era habitual, ella terminó cayendo en el pozo de las críticas. Una prueba de ello la tenemos en las declaraciones que dio Bob Rafelson, el cineasta que la dirigió en El caso de la viuda negra (1987). Me advirtieron de que Debra sería argumentativa y difícil” dijo en la mencionada entrevista a New York Times de 1986. “Pero no me lo pareció. Ninguna actriz con la que he trabajado ha tenido un instinto más afilado. Me recuerda a Jack Nicholson. A ninguno le gusta sobre ensayar. Temen quemarse y perder la espontaneidad”.

Debra Winger terminó abandonando Hollywood en 1995. Entre la ausencia de papeles interesantes para actrices que superaban los 40 y la pérdida de interés que sentía por la profesión, se tomó un tiempo para alejarse de la industria y estar con su familia. Pero poco a poco fue regresando. Pero como es ella: a su manera y con papeles secundarios, en teatro y sin hacer mucho ruido mediático.

Lo cierto es que nunca le importó el qué dirán. Estamos hablando de una mujer que experimentó vivencias que forjaron su carácter. De esas que consiguen que los impactos de la vida sean secundarios porque, al final, la vida es una sola. Y es que esta mujer que creció en una familia judía en Cleveland, se mudó a Israel para enlistarse en el ejército israelí al terminar el bachillerato. Pero meses más tarde regresó a casa dándose cuenta que la decisión no había sido la acertada. Sin embargo, poco después y con tan solo 18 años, sufrió un accidente automovilístico que la obligó a pasar diez meses en el hospital con parálisis parcial y ceguera. Había sufrido una hemorragia cerebral tan grave que los médicos le dijeron inicialmente que no recobraría la visión. Fue durante aquella etapa que decidió que, si salía de aquello, se mudaría a Los Ángeles a ser actriz. Y así lo hizo.

Por eso sus palabras no me extrañan. “Realmente no me importa” dijo en 1994 a Time cuando le preguntaron por la reputación de difícil que le habían impuesto. Y, en cierto modo, nos terminó explicando de dónde venía esa química ardiente que quedó plasmada para siempre en Oficial y caballero. Prefiero tener la libertad de decir lo que quiero […] Francamente me interesan más las personas que se tachan de difíciles. Porque con frecuencia ‘dificultar’ es otra palabra para ‘fricción’, y la fricción crea calor. Creo que la fricción es algo bueno”. Y calor hubo en Oficial y caballero. 

Al final, el cine nos engañó al canalizar la tensión que ambos estaban viviendo en el rodaje dentro de la relación de dos personajes fogosos y pasionales dándonos como resultado una química sin igual ante las cámaras.

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