No te frustres, a todos los niños les cuesta enfocarse... y esta es la explicación

Leo y escucho muchísimas veces a mamás, papás y adultos en general quejándose de que los niños dan muchas vueltas, se distraen, tardan un montón cuando les piden que coman, se alisten para salir, se vistan, lleven su abrigo, lonchera, mochila, es decir, cuando les damos instrucciones o pedimos que se enfoquen en un objetivo…

"Cada día lo mismo, se lo tengo que repetir cien veces y no hace caso, siempre está como en otro planeta hasta que le grito, porque de lo contrario, llegamos tarde…", cuentan los progenitores.

(Getty Creative)
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Y es que, como explica la doctora Alison Gopnik, autora de El filósofo en pañales, niños y adultos somos dos formas diferentes de Homo Sapiens.

Ambos "tenemos mentes, cerebros y formas de consciencia distintas aunque igual de complejas y poderosas".

Cada una diseñada a la medida de las necesidades evolutivas de la edad. Yo digo siempre que los niños y los adultos andamos en una suerte de planetas distintos y distantes.

La infancia es un prolongado periodo de inmadurez que hace al ser humano muy dependiente de sus adultos cuidadores. Alison Gopnik señala que este periodo de dependencia está íntimamente relacionado con cualidades humanas muy importantes.

Durante la infancia prevalecen la imaginación y el aprendizaje, funciones del ser humano que se relacionan y aportan muchas ventajas para adaptarnos mejor que cualquier otra especie animal a entornos más variados. Además de transformarlos como ningún animal puede hacerlo. Estas capacidades se despliegan gracias a que el cerebro de los niños está configurado para que la exploración y la imaginación sean protagónicas.

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El cerebro de los niños pequeños tiene más caminos neuronales que el cerebro de los adultos. Caminos que se van podando en la medida en que se van haciendo más frágiles porque no se han usado, mientras que se van fortaleciendo los que sí se han usado a través de experiencias como el juego libre, la imaginación, la exploración, el movimiento, la recepción de cuidados amorosos, o por el contrario de los malos tratos, la inhibición y la represión sistemática de las pulsiones, deseos, necesidades de las criaturas...

La doctora Gopnik usa la metáfora de las callecitas estrechas y numerosas de la vieja ciudad de París para ilustrar los caminos cerebrales de los niños y explica que el proceso de la poda de algunas conexiones y el fortalecimiento de otras, hace que el cerebro adulto se parezca más a un mapa de autopistas con menor cantidad de vías pero más amplias y veloces.

Los niños aún están desarrollando el neocortex que es la parte del cerebro encargada de lo que los neurocientíficos llaman las funciones ejecutivas (el pensamiento lógico o racional), que a su vez comportan la regulación o freno de los impulsos, las emociones, deseos y la imaginación tan vivos y presentes en las criaturas.

Esto no quiere decir que los niños tengan alguna deficiencia, sino que gozan de una imaginación y una capacidad de aprendizaje muy ricas. Mucho más que la de los adultos.

Es por ello que a los niños les cuesta enfocarse en un objetivo o centrarse en un plan de acción para alcanzar una meta.

Pero los niños aun no han perfeccionado el mecanismo de poner el pie en el pedal del freno a la imaginación, ni la habilidad de renunciar a los deseos, al placer y la curiosidad como motor de la acción de experimentar y aprender mediante el juego y la fantasía para poder centrarse o dedicarse a realizar funciones que atañen al departamento de la razón y la lógica.

Mientras el niño ve una montaña enorme y llena de aventuras para explorar en los cojines y objetos de la casa que ha acumulado sobre el sofá del salón o la cama de su habitación, el adulto ve un desorden que el niño debe recoger y ordenar.

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Hacer caso, recoger, vestirse rápido, entender que ya se está haciendo tarde, es un trabajo para el cerebro adulto que ya ha alcanzado funciones ejecutivas robustas después de haber establecido los caminos neuronales que le permitirán desplegar la creatividad desarrolladas a lo largo de la infancia para la adaptación y transformación del entorno.

Por eso, explica Gopnik, el juego constituye el rasgo distintivo de la infancia siendo la manifestación viva e invisible de la imaginación y el aprendizaje en funcionamiento. "La inutilidad paradójicamente útil de la inmadurez".

Para usar la imaginación hay que disponer de tiempo y los niños están muy ocupados imaginando. Tal vez por eso los adultos deberíamos aceptar la necesidad de hacer amables recordatorios para sacarlos de su trabajo más importante y mantenerlos temporalmente enfocados en los deberes que les exigimos cada día desde nuestra lógica adulta.

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