El mito de los niños independientes: el gran error de los padres que fuerzan a sus hijos a saltar etapas

Cuando me dicen cosas como estas se me enciende la alarma: es que mi niño es muy independiente, come y duerme solo desde los dos meses, dejó los pañales al año y medio, juega solo todo el día sin molestar… Cabe en casos así hacerse la siguiente pregunta: ¿estamos describiendo a un niño realmente independiente o a un niñosobre exigido y sobreadaptado?

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Si algo define a la infancia es la palabra dependencia. Pretender que un niño pequeño sea independiente es un contrasentido. Los niños –mientras más pequeños, con mayor razón– son dependientes por definición. Forzarlos a pasar hacia una etapa para la cual no han madurado constituye una forma de violencia naturalizada socialmente.

Es común creer que hacemos a un niño "independiente" dejándolo llorar en la cuna para que aprenda a dormir solo, forzando la retirada del pañal cuando aún el pequeño no está listo, o cuando no lo cargamos ni consolamos para que aprenda a esperar, o escolarizándolo prematuramente para que "aprenda a socializar a escribir, leer, sumar…", adelantando objetivos académicos a una edad en la que básicamente una criatura necesita jugar y estar con cuidadores cercanos que permanezcan a lo largo de los años, estableciendo un vínculo de confianza y seguridad, recibiendo de ellos cuidados, atención y afecto constantes.

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Desde nuestra ignorancia sobre la naturaleza de la infancia y sus reales necesidades, generamos interferencias. En lugar de favorecer el desarrollo de seres humanos autónomos y seguros de sí mismos, generamos seres carenciados, inseguros, y llenos de miedos, niños en cuerpos adultos que se quedan fijados en la carencia de necesidades esenciales nunca satisfechas. Y no digo que lo hagamos con mala intención, sino creyendo que estamos educando a hijos fuertes y seguros. Sin embargo, sacar a un niño pequeño de la dependencia natural de sus padres equivale a arrancar una fruta del árbol cuando aún está verde. Nunca madurará bien.

Todo llega a su tiempo. La autonomía del ser humano supone un proceso paulatino y prolongado que se va adquiriendo a lo largo de la vida y se consolida en la adultez. El gran problema de nuestra civilización es que no está dispuesta a esperar por los tiempos naturales, reales de maduración del niño. Necesita acelerar, empujar los procesos para convertir a la crianza en un trámite que no exija el tiempo y la dedicación que se espera que los adultos cuidadores inviertan en el sistema productivo. Y esto es un tremendo error. ¿De qué sirve tanta productividad si no somos capaces de cuidar a los niños de este mundo respetando sus ritmos, sus necesidades, su integridad como personas? ¿Qué clase de sociedades estamos formando a partir de infancias sistemáticamente sobreexigidas, cuyas necesidades reales han sido desoídas, insatisfechas, violentadas?

Las crías humanas, a diferencia de otras especies del reino animal, nacemos y nos mantenemos durante años, inmaduras y escasamente autónomas con lo cual para sobrevivir dependemos de la inversión de tiempo, esfuerzo y cuidados de adultos de referencia que sepan interpretar nuestras necesidades y cubrirlas de inmediato.

La estrategia de nuestro diseño biológico, mamífero, primate, altricial, establece reclamar el contacto prolongado con figuras de apego primaria (generalmente la madre) para resolver las dificultades fisiológicas, los rigores ambientales, las necesidades psicoafectivas e instintivas, básicas durante un momento evolutivo en el que carecemos de autonomía.

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La figura vinculante principal se constituye en la fuente de seguridad, afecto, contacto, alimentación y protección, es decir en la fuente de sobrevivencia del niño durante los primeros años de vida. Esto ha quedado demostrado en diversos estudios realizados en niños institucionalizados donde solo han satisfecho la necesidad de alimentación y albergue pero han carecido de acceso a figuras significativas con quienes construir un vínculo de dependencia basado en la seguridad y la confianza de ser bien interpretados, sentidos y satisfechos. Cuando se reúnen las condiciones necesarias para establecer este vínculo de dependencia aumentan las probabilidades de bienestar y desarrollo saludable en la infancia.

Cuando un niño es bien interpretado por su figura principal de apego o adultos significativos y es satisfecho en sus necesidades de manera oportuna, sostenida y constante, todas las veces posibles o la mayor parte de las veces, aprende a confiar en que obtendrá lo que necesita, y es esa confianza lo que le permite explorar el mundo y adquirir autonomía.

Primero comienza a alejarse a distancias y por períodos cortos, siempre privilegiando el contacto visual y el retorno hacia su adulto cuidador para reabastecerse de seguridad o satisfacer sus necesidades y volver de nuevo a explorar, una y otra vez. Se desplaza a tocar un objeto que le llama la atención, gatea, se mueve, así va desarrollando sus habilidades, reconociendo como funciona el mundo, va desplegando su sensación de capacidad… progresivamente en la medida en que madura amplía las distancias y el tiempo de exploración, socializa con otros niños, duerme sin sus padres, se amarra solo los cordones de los zapatos...

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Un niño o niña va conquistando autonomía de manera lenta y progresiva hasta alcanzar la madurez que le permite el desarrollo de la autonomía propia de un adulto. Cabe destacar que los seres humanos nunca llegamos a ser del todo independientes, sino interdependientes. Pertenecemos a una especie gregaria, nuestro patrón biológico establece la cooperación mutua como mecanismo de sobrevivencia y dinámica de progreso como especie. Por muy autónomo que sea un ser humano, nunca podrá sobrevivir aislado sin contar con redes de apoyo, contención e intercambio.

Si quieres saber en qué medida tu hija o tu hijo está listo o no para adquirir un nuevo hito de autonomía, solo tienes que observar y hacer caso a las ventanas de oportunidad que te irá mostrando en la medida en que vaya madurando, en lugar de hacer caso a lo que los demás (expertos u opinólogos) te digan. Mi recomendación es que centres el punto de referencia en tu propio hijo. Los niños son los verdaderos expertos, son el mejor libro, la teoría de psicología evolutiva infantil viva y veraz, la mejor de todas las referencias. Observa a tus hijos, hazles caso, confía en ellos. Un niño nunca pide lo que no necesita. Si no creamos interferencias, la sabiduría filogenética del niño se encargará de hacer que demande exactamente lo que necesita de ti en cada momento para desarrollarse bien.

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