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Nuestro divorcio amable y gentil, en el que nadie tuvo que mudarse

Nuestro divorcio amable y gentil, en el que nadie tuvo que mudarse (Brian Rea/The New York Times)
Nuestro divorcio amable y gentil, en el que nadie tuvo que mudarse (Brian Rea/The New York Times)

CUANDO EL FIN DE UN MATRIMONIO IMPLICA VIVIR EN PISOS SEPARADOS DE LA MISMA CASA.

Cuando la novia de mi exmarido salió del baño envuelta en una toalla, con su cabello castaño goteando, se topó conmigo, la exesposa, que salía corriendo de la habitación que ellos suelen compartir, con la ropa sucia de mi exmarido en los brazos.

“Hola, estaba recogiendo su...”, le dije antes de volver corriendo al piso de abajo, donde estaba lavando la ropa.

Se me ocurren pocos momentos que capturen mejor esa época de nuestras vidas: yo con la ropa sucia de mi ex en los brazos, tratando de desaparecer como si fuera la empleada doméstica de una celebridad volátil.

Para dos personas que necesitan un prefijo de negación para referirse el uno al otro, mi ex y yo hemos tenido una frontera bastante flexible entre mi casa y la suya. Él y yo vivimos en pisos separados de una casa bifamiliar en Brooklyn. Nuestro hijo de 8 años puede subir corriendo a rogarle a su padre que lo deje jugar Minecraft y bajar corriendo a comer conmigo los Cheerios que le gustan. Me meto en el departamento de mi ex cuando necesito semillas de chía para una receta y él llama a mi puerta cuando necesito ayuda para reconfigurar un reloj que está demasiado alto para mí.

Llevamos así más de dos años.

Técnicamente, seguimos casados, aunque ya pedimos el divorcio. Parece que algunos de los vecinos todavía piensan que estamos juntos. El amable farmacéutico siempre pregunta cómo nos va y envía sus saludos. Pero no somos pareja: ya no compartimos la cama, ya no nos besamos, ya no nos turnamos para hacer la ensalada, ya no nos damos masajes en la espalda, ya no soñamos con viajes a Italia, ya no nos abrazamos en público, ya no nos peleamos porque las persianas están torcidas, ya no le encargamos nuestra intimidad a Netflix, ya no le pagamos a un consejero de parejas, ya no esperamos arreglar nuestra relación.

Sin embargo, durante un tiempo seguimos enredados en la vida del otro, por eso la mujer con la que él está construyendo intimidad y confianza me sorprendió en el acto de hacer una tarea de esposa. Después de eso, decidimos que la división entre nuestros espacios necesitaba límites más claros.

Algunas cosas tenían que cambiar, incluida la tarea de lavar la ropa.

Puede ser difícil imaginar sentimientos o acuerdos para los que no se tiene un lenguaje. Por ejemplo, aprender la palabra “schadenfreude” para nombrar ese oscuro sentimiento que tenemos dentro fue, para mí, como el placer de probar una cocina totalmente nueva. Cuando aprendí esa palabra, no solo me liberé de la vergüenza de ese sentimiento, sino que también pude reírme de mí misma por ello.

No tenemos el vocabulario adecuado para nuestras relaciones con nuestros excónyuges. El término “ex” lleva una carga. El símbolo de la “X” es un tache, como si al casarte y divorciarte hubieras cometido un error que hay que tachar con un gran bolígrafo rojo. O tal vez la X sea un acercamiento (el punto de encuentro de dos líneas diagonales) para luego separarse. No obstante, como muchos ex, compartimos un hijo: nunca nos separaremos del todo. A diferencia de muchos ex, compartimos una cuenta corriente y un hogar.

Mi ex es la fuente del cromosoma Y que generó a nuestro hijo, con quien hace videos musicales (él al piano, el niño en la batería) y a quien se lleva de campamento durante días. Mi ex vive en el piso de arriba, me anima a tener citas, me manda mensajes de texto con las actualizaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, discute los límites entre nuestros apartamentos para tener una oportunidad de construir una relación amorosa con su novia (que me cae bien) y me manda mensajes de texto desde la tienda de abarrotes para ver si necesito algo.

Nuestro matrimonio no funcionó, pero hemos aprovechado al máximo nuestra separación.

Cuando era niña, en los años ochenta, el divorcio significaba la guerra. Si los niños no eran las armas, eran las víctimas. Había batallas por la custodia, amigos que elegían bandos, abogados como estrategas y generales. Algo así como en “Kramer contra Kramer”. Despertar en un Holiday Inn con la declaración de tu madre de que se iba a divorciar de tu malvado padre; un padre al que se le negó el derecho de visita después de que la madre convenciera al juez de que no era apto. Los niños de mi generación (la Generación X, casualmente) se criaron con cuentos sobre el hedor matutino del ex, su ineptitud en la cocina, su negativa a pagar la pensión alimenticia.

En la actualidad, tenemos nuestros mediadores. Podemos mantener a nuestros amigos. No abusamos de nuestros hijos con odio. Es una época más amable y gentil, pero todavía no tenemos las palabras. Creo que todos estamos de acuerdo en que “desacoplamiento consciente” no es exactamente lo que se dice.

Este es un ejemplo: la palabra “amistoso”. Significa que no hay rencor ni desacuerdo. Te encuentras con gente que dice que sus divorcios son amistosos. Es como utilizar “tolerancia” cuando se habla de diversidad: la palabra lleva implícito un valiente esfuerzo por sustituir la exasperación por la paciencia para poder aguantar al otro.

“Nuestro divorcio es amistoso”, te oyes decir y sientes pena ajena. Incluso en tus esfuerzos por describir tu relación amistosa con tu ex, que no está exenta de incomodidad, debes admitir que el lenguaje de la hostilidad está integrado en tu lenguaje.

La novia de mi ex se mudó al piso de arriba. Por lo tanto, he dejado de lavar su ropa y ya no encuentro finos mechones de su cabello plateado enroscados en mis mallas. Tampoco subo corriendo a recoger mi trabajo de la impresora de la casa, que está en el piso de arriba, ni tomo mantequilla de almendras de la despensa de mi ex cuando se me termina, ni verifico que nuestro hijo tenga suficientes calcetines allí arriba. Ahora que mi ex tiene pareja, una persona que debe reconciliarse con la idea de esta novedosa forma de copaternidad, ya no cruzo el umbral de su departamento sin ser invitada. Hay muchos más mensajes de texto.

Sí, habló conmigo.

Con muchas muecas y disculpas innecesarias, mi ex me explicó que ya no puedo entrar en su departamento así como así. Puedo ser un poco torpe, pero no tanto como para no entender que proteger la privacidad de la pareja es esencial para el cultivo de una relación. Sé y lamento que tener a la exmujer viviendo en el piso de abajo les cueste.

Por supuesto, hay costos románticos para ambas partes. Así es una cita cuando tu exmarido comparte una casa bifamiliar contigo: un hombre se acerca, se inclina para dar el primer beso y oye los pasos de tu hijo en el departamento de arriba. Intenta ignorarlo, pero no puede evitar pensar: “El padre de su hijo está justo arriba de nosotros”. Esa noche te ves bien y, aunque tienes poco control, tu encanto ha hecho acto de presencia. Aun así, nada acaba con el momento como las pisadas de un ex en el piso de arriba.

“¿Nos puede oír?”, pregunta tu acompañante, jadeante.

“Para nada”, respondes, besando su cuello.

“Yo puedo oírlos”, susurra.

“Sí, pero no las palabras, ¿verdad? Solo los sonidos”.

“Muy bien”, dice él. “Está bien”.

La próxima vez que se encuentran, te dice que sean solo amigos.

Los costos también incluyen, a veces, una magnificación de tu soledad. Es de noche, estás cocinando y escuchando varios pódcast, tanto para tener compañía como para tener estimulación. Por lo demás, hay un silencio inusual en tu departamento: tu ex se llevó a tu hijo al norte del estado por unos días y no hay nadie que te ruegue que juegues Minecraft. Su novia se quedó y puedes oír su voz arriba, pero no sus palabras. Lo más probable es que ella y tu ex estén hablando. Te recuerdan que la intimidad continúa sin ti. También el amor. Tú eres la que sobra.

Pero también obtienes lo que pagas.

Porque amas a tu hijo, porque ser el padre principal tiene sentido para tu familia, porque tu ex sigue siendo tan hilarante como siempre, porque su novia es amable y divertida y juguetona con tu hijo y porque eliges el amor sobre el odio y lo que funciona sobre el sufrimiento innecesario, usas la imaginación, te desvías del guion, decides preparar mejor las futuras citas ante la situación inusual, aceptas que tendrías que lidiar con la soledad de cualquier manera, respetas los nuevos límites e inventas las pautas sobre la marcha, incluso si no tienes las palabras o el guion.

Mi hijo pregunta: “¿Duermo aquí esta noche?”.

Sí, él duerme abajo conmigo, pero se le olvidó su libro. El niño es el único que tiene vía libre en el lugar. Corre al departamento de tu ex, donde la pareja está cenando en la mesa de la cocina. Se oye su vocecita y sus voces maduras responden.

La cámara retrocede. El edificio es como el escenario de una obra de teatro donde se puede ver a través de la cuarta pared. Dos personas están cenando en la mesa de la cocina del piso superior; una está abajo, a la izquierda del escenario, lavando los platos. Se ve a un niño bajando las escaleras, con un libro en la mano.

c.2022 The New York Times Company