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La lección que nos dan los niños indígenas del Amazonas sobre la crianza de nuestros hijos

A baby sitting on floor is reaching out for tech gadgets. (Used clipping mask)
A baby sitting on floor is reaching out for tech gadgets. (Used clipping mask)

Hoy quiero contarte la anécdota de los peques de cuatro y cinco años que fueron a pescar al río, hicieron el fuego y cocinaron la cena ante la mirada perpleja de un adulto que no supo cómo alimentarlos.

Se la escuché en una conferencia a la gran Casilda Rodrigáñez Bustos, bióloga feminista experta en maternidad. Era la historia de un compañero que fue a Sur América para hacer un trabajo de investigación o algo por el estilo.

El hombre se encontraba en una comunidad del Amazonas. Un buen día los habitantes de la comunidad lo dejaron solo en la aldea con los niños. Tenían que ir a hacer cierta cosa en un lugar cercano. Al ver que caía la noche y no volvían al poblado, el compañero de Casilda se inquietó pensando cómo daría de comer a los niños que estaban a su cargo. No sabía cazar, pescar, hacer el fuego. Entonces los niños lo hicieron. Fueron al río, pescaron, llevaron la pesca al poblado, hicieron el fuego y prepararon la cena. Tal y como lo han leído, a diferencia de nuestros niños occidentales de cuatro o cinco años que a duras penas logran hacerse la merienda, estos niños del Amazonas fueron al río solos y no se ahogaron sino que pescaron. No solo no se quemaron con el fuego sino que supieron hacer el fuego, trincharon los peces, los asaron y comieron. Y no estamos hablando de niños sobredotados, ni extraterrestres, son solo niños de una cultura de crianza diferente que no atrofia sino que estimula las capacidades de las criaturas.

(Getty Creative)
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Esto demuestra, entre otras cosas, que en nuestra cultura occidental tecnológica, industrializada, existe una general subestimación de las cualidades y capacidades intelectuales y discernimiento de los niños, de sus cualidades y capacidades motrices y de sobrevivencia. A partir de esta subestimación de las criaturas les limitamos la libertad de acción, de elección, les constreñimos el espacio de movimiento, de exploración con el fin de dejarlas mucho tiempo sentadas, obedeciendo instrucciones, poniéndoles actividades y tareas para que aprendan lo que hemos decidido que deben aprender, cuándo y cómo hacerlo, bajo un ambiente controlado con muchas restricciones, normas y límites. Desde la creencia de que no saben, no entienden, no pueden… y desde esa necesidad de controlar a los niños para que se adapten a nuestros deseos y expectativas, creamos el efecto de la llamada profecía autocumplida. Nuestras creencias, sean ciertas o falsas, se traducen en conductas que modifican la realidad. Si creemos que los niños no pueden, no saben, no son aptos… actuamos en consecuencia y materializamos esa limitación.

Cada cultura tiene una manera de ver la infancia y unos valores concretos que determina el tipo de crianza o educación que le damos a los niños y niñas. La mayoría de las veces ni siquiera nos damos cuenta de que existen otras formas de criar o educar porque llevamos el modelo de nuestra propia cultura tan integrado que no logramos habilitar el zoom y poner distancia para darnos cuenta de que respondemos a una visión especifica sobre la infancia, sea cierta o falsa, y de que basamos la forma en que criamos en un conjunto de valores o demandas sociales, políticas, religiosas, económicas, establecidas por la cultura a la que pertenecemos.

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Pero la diferenciación entre las culturas de crianza existe. En culturas menos occidentalizadas, como las comunidades indígenas del Amazonas, por ejemplo un niño desde que nace se cría integrado a los otros a lo largo de un continuum que comienza con la permanencia en los brazos de su madre, amamantado a demanda y sin esperas, durmiendo con ella y no en una habitación independiente. Luego participando en las actividades de la comunidad (trepando, yendo a pescar, haciendo el fuego…) en intercambio con personas de todas las edades, experimentando el desarrollo de la vida diaria con mayor libertad de movimiento, exploración, con riqueza de oportunidades para desplegar sus cualidades y habilidades en interacción y bajo los cuidados de la comunidad, porque para estas culturas los valores prioritarios son la identidad grupal, las dinámicas de cooperación, solidaridad, ayuda mutua y la cohesión social.

En nuestras culturas occidentales los valores predominantes son la productividad, el consumo, el individualismo, la independencia, la competitividad. Los niños son separados de su madres apenas nacen, duermen en habitaciones diferentes, tienen escaso acceso al cuerpo de sus madres, viven en familias nucleares aisladas, con pocas oportunidades de socializar de forma horizontal, orgánica y libre con otras personas de distintas edades en su misma comunidad o entorno. La mayor parte del tiempo se limita ese contacto dentro de instituciones escolares muy normatizadas, que mutilan el desarrollo de las capacidades y cualidades innatas del niño en aras de que desarrolle las que interesan para encajar dentro de los valores predominantes de individualismo, productividad, competitividad, consumo, etc.

(Getty Creative)
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Cada cultura tiene un modelo de crianza funcional a sus intereses. Cada modelo es más o menos cercano o lejano de las necesidades biológicas, naturales o ecológicas del ser humano. Los estudios de la etnopediatría han demostrado que en la medida en que la cultura de crianza se aleja de nuestro patrón biológico humano, de la respuesta a nuestras necesidades naturales, el resultado tanto para el niño presente como para el adulto en el que se convertirá y por ende para la sociedad es menos sano. Somos el resultado de un binomio bio-cultural que determina una vida más saludable y ecológica o patológica y depredadora.

Ojalá esta anécdota del compañero de Casilda Rodrigáñez sirva para observar con cierta distancia si la cultura de crianza en la que estamos inmersos es el único camino posible, si queremos seguir o no en él. Ojalá que nos ayude a reflexionar sobre otras posibilidades, a repensar o encontrar el camino a la propia forma de criar ecológica y saludable para nuestros hijos.

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