Ser papá cambia el chip o cómo el cerebro en los hombres se modifica al tener un bebé

Asistimos a un cambio cultural importante en la forma de vivir la masculinidad, sin duda, bastante asociado al auge del movimiento feminista. Estamos en los tiempos de revisar los roles, estereotipos, las maneras de ser hombre o de ser mujer.

En las últimas décadas algunos hombres se han ido zafando del papel de padre meramente proveedor o reproductor para construir un vínculo más fértil, nutritivo y enriquecedor, basado en mayor compromiso emocional, implicación en el cuidado y el disfrute de sus hijos y de sus hijas. Una nueva cepa de padres más participativos e implicados en la crianza, se está gestando.

Aunque es bastante común encontrarse con padres poco o nada implicados, incluso ausentes, algunos hombres comienzan a involucrarse emocionalmente con los hijos desde el momento mismo de la concepción y embarazo, acompañando y apoyando de cerca y constantemente a la madre gestante. Parece que los días en que casi era impensable que un padre se ocupase de alimentar, higienizar o llevar al pediatra a sus hijos, van quedando atrás.

¿Cómo cambia el hombre frente a la paternidad?

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Hasta ahora se sabe que el desarrollo de los individuos es modulado por factores que van desde lo más micro (la neurobiología, los genes, la propia crianza recibida en la infancia) pasando por lo macro (modelos sociales, económicos, políticos, culturales). Sin embargo se puede decir que el tema de la parentalidad en general –sobre todo del padre– ha sido poco estudiado. Sabemos que se está avanzando en las investigaciones sobre el cerebro de la madre reciente, y sobre salud mental perinatal (embarazo, parto y puerperio) de la madre, pero hay muy pocos estudios realizados sobre paternidad.

En esta ocasión quiero que curioseemos un poco lo que hasta ahora la ciencia ha investigado en relación con el cerebro del hombre que se convierte en padre sin perder de vista la influencia social o cultural en el desarrollo de estas paternidades. Me voy a basar en la conferencia dictada por la profesora Susanna Carmona, investigadora del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, en el marco de la III Jornada de Paternidad y Perinatalidad: padres de bebés, organizada por el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal.

Comencemos por definir qué se entiende como cuidados maternales o parentales desde el punto de vista de la neurobiología.

Los cambios en las conductas del animal dirigido a dedicarse directa o indirectamente a garantizar el bienestar físico y psíquico de las crías, es lo que se entiende como cuidados maternales en la neurobiología. Se podría resumir como un enamoramiento de la madre hacia la cría, una atracción hacia los estímulos de las crías que llevan a la madre a acicalarlas, alimentarlas, amamantarlas, abrigarlas... “La cría se convierte en el estímulo más apetecible para la madre guiando su conducta para preservarle la sobrevivencia”, nos dice Susanna Carmona.

Partiendo de esta referencia se comienza a estudiar el cambio cerebral y de conducta del hombre que torna padre.

Una mirada a distintas especies animales de cara a la parentalidad

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Para entender el cerebro maternal o paternal humano, es importante estudiar la conducta de otras especies. En relación a la madre se puede observar que casi en todas las especies animales la conducta es la de proteger, cuidar, higienizar, amamantar o alimentar a la cría. Sin embargo cuando se observa la conducta paternal en otras especies del reino animal se encuentra una enorme variabilidad. Como ejemplo está el caso excepcional del mono tití donde, salvo amamantar, el padre es el cuidador principal, luego otros casos donde se observa que los cuidados de la cría se reparten casi por igual entre madre y padre, y los casos en los que el padre evita o ignora a sus crías, llegando a atacarlas e incluso hasta matarlas. La profesora Carmona opina que basarnos en el estudio de la conducta animal nos puede dar claves para entender de qué factores depende que algunas personas desarrollen una conducta más paternal o menos paternal o maternal y de qué regiones cerebrales depende este comportamiento.

Diferencias entre el cerebro de la mujer que se hace madre y del hombre que se hace padre

Tanto en otras especies animales como en la humana, las hormonas implicadas en el embarazo y parto juegan un papel determinante para poner en marcha el repertorio de conductas de cuidados maternantes y que conducen a cambios duraderos en el cerebro de la mujer. Estudios de neuroimagen han constatado por un lado modificaciones como la inhibición del circuito del cerebro relacionado con el ataque y rechazo a las crías, por el otro la activación del circuito del procesamiento del placer y la motivación, sobre la cría (enamoramiento de la madre) Esto incluye zonas específicas relacionadas con la capacidad de inferir el estado emocional del bebé (empatía), una mayor sensibilidad para interpretar minuciosamente sus gestos, llantos y mantenerse alerta para captar cualquier necesidad o amenaza a la cría (protección).

¿Qué ocurre con el padre?

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Según lo explica la profesora Susanna Carmona, exceptuando el amamantamiento, el cuidado del padre conlleva lo mismo que el de la madre (abrigar, acicalar, transportar, proteger a las crías, enseñarles cosas, cuidarlas cuando no está la madre). Las regiones implicadas del cerebro del padre son las mismas, pero a diferencia de la madre no están moduladas por las hormonas de embarazo y parto.

En el caso del padre la inhibición del circuito relacionado con el ataque y rechazo a las crías, y la activación del circuito de los cuidados de la cría se producen por otras razones y hay variabilidad entre las distintas especies como se explicó antes (algunas muestran conductas paternales, otras no).

En mamíferos el cien por ciento de las madres muestran conducta maternal, pero solo del tres al cinco por ciento de los padres muestra conducta paternal y cuando ocurre es compartida con la madre. La conducta mayoritaria es ignorar o rechazar a las crías. Y por último hay variabilidad implicada con factores del ambiente. En roedores, por ejemplo, se ha visto que la copulación reciente con la madre disminuye el ataque paternal a la cría porque estiman que las crías pueden ser suyas.

También se ha visto que los animales en cautiverio dentro de un mismo habitáculo con la madre desarrollan mejores conductas paternales. “Cuanto más tiempo pasa el padre con las crías, mayor conducta paternal desarrolla”, explica la investigadora del Hospital Universitario de Madrid.

En el papá humano también, cuanto más tiempo pasa con el bebé, se observan cambios cerebrales, aunque mucho más sutiles que en las madres, pero igualmente implicados con la gestión social, el altruismo y la empatía.

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Pasar más tiempo con sus crías también conlleva a cambios en los niveles hormonales de testosterona, oxitocina y prolactina que conducen a más conductas de cuidados paternales. En la medida en que ha habido mejores cuidados maternales recibidos en la infancia o si ha habido experiencia previa con el cuidado de otras crías, los circuitos del cerebro implicados en la conducta paternal tienden a activarse más.

El estrés es un factor ambiental que juega en contra de la conducta de cuidados paternales y también maternales, claro está. No es lo mismo criar con pandemia que sin pandemia, por ejemplo.

Sin duda el modelo de padre está cambiando, y quizás podemos recurrir a la fuente de los estudios del comportamiento de otras especies animales y los hallazgos de las neurociencias para ajustar el rumbo hacia mejores derroteros en beneficio de un cuidado de calidad para las crías humanas, que comporte a su vez una mayor implicación y disfrute del vínculo del padre con sus hijos, y lo más importante, un mejor apoyo a las madres cuya salud mental y física afecta directamente el buen desarrollo de los bebés.

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