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A la buena de Dios: el año en que la mitad de EEUU quedó huérfana en la derrota

El negacionismo de Donald Trump no sólo ha minado de peligros la atmósfera política estadounidense, también ha dejado al borde de la confusión ciudadana a millones de personas y, sobre todo, podría haber mutilado gravemente su capital político.

Supporters listen as US President Donald Trump speaks at a rally to support Republican Senate candidates at Valdosta Regional Airport in Valdosta, Georgia on December 5, 2020. - President Donald Trump ventures out of Washington on Saturday for his first political appearance since his election defeat to Joe Biden, campaigning in Georgia where two run-off races will decide the fate of the US Senate. (Photo by Andrew CABALLERO-REYNOLDS / AFP) (Photo by ANDREW CABALLERO-REYNOLDS/AFP via Getty Images)

Ansiedad, rabia, decepción y denigración. Esas son las primitivas y naturales emociones que los individuos sienten cuando son abandonados luego de una derrota, no importa si ella es bélica, deportiva o política. El duelo puede ser insoportable y desmoralizarte o hacerte negar la realidad, y encontrar causas falsas sobre el estatus de lo que sucede.

Los resultados adversos portan con ellos el significado del vacío. Los colectivos que luchan denodadamente por causas que no consiguen no pueden sino sentir ausencia de propósitos en sus vidas que, de pronto, ha quedado sin la posibilidad de lograr el o uno de los objetivos para el que se estaba viviendo.

Es en ese momento en el que lo que los psicólogos empresariales llaman "los líderes transformacionales" hacen un trabajo primordial e insustituible: el de metabolizar la adversidad para sus seguidores, para su equipo, para sus representados, sea cual sea el caso. El líder transformacional resignifica la derrota, la acepta, se adapta y asume su carga frente a los suyos. Entonces agradece los esfuerzos, destaca los logros que sí han sido capitalizados, e indica nuevas puertas para seguir.

El coach de fútbol agradece el esfuerzo, asume sus fallas, indica los terrenos por mejorar. El jefe explica el por qué de los despidos, se solidariza con el clima de incertidumbre, agradece por el profesionalismo, pinta un mejor mañana.

El político destaca los logros de sus seguidores, asume personalmente la derrota, les invita a seguir luchando.

El privilegio de los derrotados

Además de ser una fiesta democrática, las elecciones en los países libres suelen ser una oportunidad para renovar la nobleza, la noción de unidad y la observancia al interés mayor de todo un país. Cuando a los bandos perdedores les toca aceptar su derrota, conceder la victoria a su adversario se convierte en un motivo de honra: es hora de encomiarle el país la mejor fortuna, aunque no esté bajo el mando de quien ha sido derrotado. Es una muestra de humildad y pundonor que sirve de modelo para todos los compatriotas.

El psicólogo político Daniel Eskivel explica que "se calcula que de cada diez campañas electorales, sólo una es exitosa, por lo cual la derrota es la ley general y el triunfo es la excepción. La derrota no debe ser sino una oportunidad de aprendizaje. Todo político enfrentará una o más veces la derrota, que es un río bravo, pero del que se puede obtener mucho más conocimiento que de la victoria. En la derrota el político podrá aprender sobre su propio proceder, sobre el electorado, sobre sus colaboradores".

Y más allá del candidato/político, parece inexorable que la derrota produzca un duelo profundo en parte de la población, que le ha empeñado por meses, en mayor o menor medida, energía, entusiasmo y sentido de pertenencia a un tipo de ideas que finalmente no ha conquistado el parecer de las mayorías.

Sólo en la derrota se mide la grandeza de un líder ("es un río bravo"), su nobleza humana, su capacidad para el ejemplo. En medio de la pesadumbre, los líderes están llamados a entender el momento, adaptar su discurso, evaluar lo que ocurrió, motivar a su grupo y abrir una puerta para seguir avanzando.

La historia está llena de ejemplos: en 2008, McCain le dijo a los suyos que aunque no compartía muchas ideas con Obama, desearle lo mejor era desearle lo mejor al país. Agradeció el trabajo de todos los republicanos a lo ancho de Estados Unidos y les prometió que seguirían luchando juntos por un futuro mejor para todos. Es el reconocimiento del duelo y la puerta hacia un nuevo estadio.

Los líderes metabolizan el malestar de sus seguidores.

En 2016, ante la inesperada derrota de Hillary Clinton (que ganó el voto popular pero no la representación en los colegios electorales), Obama explicó en el Jardín de las rosas que de eso se trataba la política: vas a la arena, te mides, y si las cosas no salen bien, te retiras, te lames las heridas, meditas y vuelves a competir. La historia no va en linea recta, a veces retrocedes, a veces avanzas. Cuando pierdes, duele, pero toca seguir.

Lo que Obama trataba de decirle a los millones de votantes que habían elegido a la candidata demócrata era que había que aceptar la derrota, que entendía que estuvieran en un mal momento, pero que no era el fin del mundo, siempre habría mañana.

Los líderes autócraticos

Cuando están en funciones, los líderes autocráticos hacen que los demás trabajen para sus decisiones, los intereses y objetivos que sólo ellos han decidido y son quienes administran los premios y medidas punitivas a quienes consideren. Así, en la derrota, los demás tampoco existen.
Para Donald Trump no sólo no ha existido una mayoría que le adversaba y le ganó los comicios en número y en votos electorales. Sino que el sentimiento de sus bases, de su equipo, de su gente, tampoco importa.

Sólo importa su descontento, su rabia, su negacionismo. Así, ha dejado a la deriva a millones de estadounidenses que votaron por él, la mayoría decepcionados, otros frustrados, y muchos con una ansiedad fácilmente manipulable.

Parte de ese electorado puede resignificar este momento y volver a creer en él si decidiera lanzarse a las elecciones de 2024, pero otra parte se habrá decepcionado por la deslealtad del Presidente, que no sólo ha enarbolado incansablemente una bandera falsa de fraude, sino que a los suyos escasamente se ha referido: huraño, tuiteando y retuiteando, jugando golf, Trump ha tenido un muy mezquino cuidado por los millones de seguidores que le auparon.

Lo peor es que muchos de ellos serán parte de quienes descrean en las instituciones del país. Y ese es un caldo de cultivo que suele ser muy peligroso para las democracias.

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