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Opinión: Nuestro sistema de hogares temporales está mal desde la raíz

Nunca olvidaré que pude haber vivido con gente que me amara (Alyssa Schukar para The New York Times)
Nunca olvidaré que pude haber vivido con gente que me amara (Alyssa Schukar para The New York Times)

LOS HOGARES GRUPALES DEBEN DESAPARECER.

Cuando tenía 15 años, una acomodadora de mi iglesia se ofreció a ser mi madre sustituta. El suyo fue uno de los mejores hogares temporales en los que viví. Pero ella quería un hijo. Era más de lo que yo podía dar.

Desde los 11 meses había vivido en hogares temporales debido a la drogadicción y la pobreza de mi madre. A los 9 años, me adoptó una mujer racista y maltratadora, que me corrió de su casa a los 13 años. Durante dos años estuve en casa de amigos y luego volví a entrar en el sistema de hogares temporales. Me decían que me querían, que formaba parte de una familia; sin embargo, siempre me encontraba con que me trasladaban a un nuevo lugar, con todas mis pertenencias en una bolsa de basura.

En los tres meses que viví con mi madre sustituta, no pude desbloquear los años de insensibilidad que había desarrollado para sobrevivir. Es difícil devolver el abrazo o responder “yo también te quiero” cuando todo lo que has conocido es la traición de las figuras parentales. Sus puertas pronto se cerraron para mí.

Me enteré durante una excursión del colegio. Mi trabajadora social me llamó para decirme que habían empacado y dejado todo lo que tenía en el Departamento de Niños y Familias. Mi siguiente parada iba a ser un hogar grupal.

Mi hermano menor vivió en un hogar grupal durante 5 años. Vi cómo lo sujetaban, le quitaban los “privilegios” de visita cuando se portaba mal y cómo hacía todas sus comidas en un comedor.

Me negué a ir. Sabía que, por muy difícil que hubiera sido para mí unirme a las familias sustitutas de absolutos desconocidos, un contexto institucional sería peor. Convencí a mi asistente social para que me buscara otro hogar temporal.

Mis colocaciones en hogares temporales fracasaron, no porque yo no perteneciera a una familia, sino porque el sistema no logró identificar colocaciones de parentesco para mí y carecía de suficientes servicios culturalmente competentes y basados en la comunidad para mantenerme en un hogar con posibilidades de éxito.

Mi hermano y yo no éramos los únicos con este tipo de experiencia. La falta de apoyo al cuidado por parte de familiares escasea en los hogares temporales, lo que significa que nuestro sistema depende indebida e innecesariamente de los hogares grupales restrictivos e institucionalizados.

En los datos disponibles más recientes, publicados en junio de 2020, había más de 43.823 niños que vivían en colocaciones institucionales de cuidado temporal. Y los jóvenes negros son más propensos a ser colocados en instituciones. Como me sucedió en la infancia, se recurre a los hogares grupales, no como refugios temporales, sino como colocaciones a largo plazo para los jóvenes sin familia.

Nunca regresé a mi casa y nunca me llevaron con familiares. Salí del sistema de hogares temporales ya mayor, a los 23 años. Hace dos años, transcurridos más de seis años desde que salí del sistema de hogares temporales, mi hermana biológica me invitó a una reunión familiar en la ciudad de Nueva York. Me presentaron a la familia que nunca conocí y descubrí que cuatro de mis tías y tíos eran padres adoptivos y recibían a niños del sistema de hogares temporales. Supe que una tía, años antes, había encontrado a mi padre —quien ni siquiera sabía de mi existencia— durmiendo en un depósito de chatarra. Ella se lo llevó a su casa y lo crio. Sin embargo, él no supo de mí sino hasta que fue demasiado tarde; murió antes de que pudiera conocerlo. Esa misma tía adoptó a cuatro de mis hermanos y tuvo hijos sustitutos durante más de 35 años, más de lo que yo llevaba con vida.

Saqué mi teléfono y medí la distancia entre el lugar donde crecí y la casa de mi tía: 93 kilómetros. Así de cerca estuve de tener una familia que me habría recibido, con la que me habría encantado vivir. No obstante, el sistema nunca pensó en encontrar a mi familia.

Al salir del sistema de hogares temporales, fundé una organización sin fines de lucro, Think of Us, para promover un cambio sistémico en los hogares temporales. Nos asociamos con la Fundación Annie E. Casey y los Programas de la Familia Casey para llevar a cabo investigaciones con la finalidad de recabar las historias de los jóvenes que se encuentran en los hogares sustitutos grupales.

El resultado es nuestro nuevo informe, Lejos de Casa: Experiencias de jóvenes en las colocaciones institucionales de hogares sustitutos.

Como parte de nuestro trabajo, supe que el miedo que le tenía a los hogares grupales estaba justificado. El abandono, el daño y la soledad, además del abuso físico y sexual en los hogares grupales, se repiten en las historias que recabamos de 78 jóvenes que formaron parte del sistema de los hogares sustitutos grupales. Cuando los hogares grupales se usan para reemplazar a las familias en lugar de como intervenciones de tratamiento, perpetúan un ciclo creciente de trauma y daño.

Por eso, hacemos un llamado audaz: los niños no deben ser colocados en hogares temporales debido a la pobreza. Si los niños ingresan en el sistema de hogares temporales, debe ser a causa de un verdadero abuso o negligencia. Estos niños deben ser colocados en primer lugar con familiares, y luego con familias sustitutas como último recurso. Queremos que se ponga fin a las colocaciones innecesarias en hogares grupales.

En muchos sentidos, el sistema de hogares grupales existe debido a los fracasos de las colocaciones en familias sustitutas. Podemos solucionarlo. Mucha gente cree que las colocaciones institucionales son necesarias; nuestra investigación demuestra que se puede y se debe prescindir de los hogares grupales.

Para acabar con los hogares grupales hay que ampliar el apoyo que les damos a las familias. Si damos más y primero a las familias, los parientes y las comunidades, podemos incluso evitar que muchos jóvenes tengan que pasar por el sistema de hogares sustitutos.

En segundo lugar, podemos reducir el alcance de los hogares grupales si primero colocamos a los niños con personas que tengan relaciones de parentesco: se trata de la familia no inmediata, la comunidad y otras relaciones que rodean a los niños antes de que lleguen al sistema.

Dar prioridad a las colocaciones por parentesco significa ampliar la definición legal de parentesco para abarcar a más adultos cariñosos que ya están en la vida de los jóvenes. De esta manera, podemos dejar de extraer innecesariamente a los jóvenes de sus comunidades solo porque un adulto de confianza y familiar no cumple con la definición estatal de “pariente más cercano”. Algunos estados, como Nuevo México y Washington, tienen una definición amplia de parentesco que permite que un niño sea colocado con un adulto de confianza que ya conoce. Otros, como Míchigan y Maryland, solo reconocen como “parientes cercanos” a los familiares legítimos, lo cual impide tener en cuenta a las relaciones importantes del menor (como expadrastros, padrinos, amigos de la familia).

También podemos apoyar las relaciones de parentesco al agilizar y simplificar el proceso de otorgamiento de licencias a los parientes. El papeleo nunca debe determinar si un niño tiene un hogar afectuoso con sus parientes o no.

La burocracia no debe frenar la identificación de los parientes. En 2020, Nuevo México aumentó las colocaciones iniciales de familiares del tres por ciento a más del 50 por ciento en un año. Uno de los mayores cambios consistió en simplemente hacer preguntas a los jóvenes para ayudar a identificar las relaciones de apoyo preexistentes en sus vidas. Sorprendentemente, casi ningún otro estado confía en los jóvenes para ayudar a determinar quién sería un buen padre sustituto.

Por último, en aquellos casos en los que no hay ningún pariente disponible, deberíamos redirigir el financiamiento para ayudar a los servicios de hogares temporales a encontrar, comprometerse y ayudar a las familias y hogares sustitutos que reúnan los requisitos necesarios. Sacar a los niños de sus comunidades y colocarlos con completos desconocidos, como me ocurrió a mí tantas veces, debería ser solo el último recurso. Una estrategia más basada en datos puede ayudar al sistema a seleccionar a padres sustitutos que vivan cerca, hablen el mismo idioma, compartan la misma fe y reafirmen todos los elementos de la identidad del joven.

Luego, una vez que tengamos los padres sustitutos adecuados, también debemos asegurarnos de que estos padres tengan el apoyo que necesitan para ser eficaces. Mi colocación con mi madre sustituta a los 15 años podría haber durado si tanto ella como yo hubiéramos tenido el apoyo necesario para afrontar las fuertes emociones que ambos sentíamos.

Acabar con las colocaciones institucionales y reformar nuestro sistema de hogares temporales no será fácil. Una parte del camino requerirá evitar el ingreso innecesario en el sistema y proporcionar las estructuras de apoyo adecuadas a las familias, mientras se alienta y apoya a los parientes para que reciban a los niños y se aumenta el número de familias sustitutas disponibles.

Pero esperar a iniciar ese camino pone a más jóvenes en riesgo de sufrir abusos, traumas y daños en los hogares grupales. Los jóvenes que forman parte del sistema de hogares temporales necesitan estabilidad y atención continua y personalizada, no hogares grupales traumáticos, punitivos y debilitantes, donde deben quedarse varios años. Urge hacer cambios.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2021 The New York Times Company