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Opinión: Quintin Jones no es inocente, pero no merece morir

La autora habla con Quintin Phillippe Jones en la cárcel de Livingston, Texas, que tiene el corredor de la muerte. (Jonah M. Kessel/The New York Times)
La autora habla con Quintin Phillippe Jones en la cárcel de Livingston, Texas, que tiene el corredor de la muerte. (Jonah M. Kessel/The New York Times)

QUINTIN PHILLIPPE JONES TIENE FECHA DE EJECUCIÓN PARA EL 19 DE MAYO. HOY NARRO LA HISTORIA DE NUESTRA AMISTAD CON LA ESPERANZA DE QUE LE SALVE LA VIDA.

En 2012, mi mundo se había reducido a la diminuta habitación de un hospital de Nueva York con muros blancos y luces fluorescentes. Tenía 23 años, libraba una lucha aparentemente inútil con la leucemia y había pasado la mayor parte del año anterior en aislamiento médico, a veces demasiado enferma como para poder hablar. Nunca me había sentido tan sola.

Entonces recibí la primera carta de un hombre de Texas llamado Quintin Phillippe Jones, Quin para abreviar. Quin había leído mi ensayo sobre lo que describí como una “encanceración” y me quiso decir que mis palabras habían tocado “el corazón de un condenado a la pena de muerte”. Me llamó la atención su manera de escribir: cuidada y elegante. Sentí una especie de vértigo, a sabiendas que provenía de un hombre que había cometido un crimen atroz.

En 1999, cuando Quin tenía 20 años y consumía heroína y cocaína, mató a su tía abuela Berthena Bryant por 30 dólares para comprar más drogas. Después de un juicio, fue condenado por su homicidio. Con base en su condena y su supuesta participación en otros dos asesinatos, de los cuales nunca fue acusado, durante la fase de la sentencia, la fiscalía argumentó que Quin no se podía redimir e iba a seguir siendo una amenaza mortal. El jurado lo sentenció amorir.

“Sé que nuestras situaciones son diferentes, pero la amenaza de muerte merodea en nuestras sombras”, escribió Quin. “Intenta ser lo más positiva y optimista que puedas, aunque muchos días es más fácil decirlo que hacerlo”.

En sus cartas subsecuentes, Quin me habló sobre su vida, pero en su mayor parte preguntaba cómo iban mis tratamientos. Era gracioso, sincero y a menudo usaba interjecciones: “¿¡Me entiendes?!”.

Mientras más me escribía con Quin, más se me dificultaba conciliar a la persona que sostenía la pluma con el asesino condenado. Con esto no quiero decir que Quin negara su culpabilidad. Más bien era lo opuesto, de hecho. A pesar de haber tenido una infancia brutal enlodada en pobreza, violencia, abandono, abuso y adicción, no culpaba a sus circunstancias de sus acciones. Expresaba un profundo remordimiento y durante mucho tiempo creyó que merecía morir por lo que había hecho.

"Intenta ser lo más positiva y optimista que puedas, aunque muchos días es más fácil decirlo que hacerlo", Jones le dijo a la autora cuando ella le estaba haciendo frente al cáncer. (Jonah M. Kessel/The New York Times)
"Intenta ser lo más positiva y optimista que puedas, aunque muchos días es más fácil decirlo que hacerlo", Jones le dijo a la autora cuando ella le estaba haciendo frente al cáncer. (Jonah M. Kessel/The New York Times)

Durante sus 21 años en el corredor de la muerte, Quin ha sido el epítome de una historia de éxito de la cárcel. Ingresó tan mortecino que era inimaginable, un alma en pena como no hay otra. Y por medio de la oración, la sobriedad, la reconciliación con su familia y una relación duradera con sus amigos por correspondencia, ha encontrado una manera de llevar una vida significativa, incluso para mejorar las vidas de otros. La familia de la víctima —que también es la familia de Quin— lo ha perdonado.

Quin tiene fecha de ejecución para el 19 de mayo. Solía contar la historia de nuestra amistad para ilustrar el poder de la conexión humana. Hoy narro la historia de nuestra amistad con la esperanza de que le salve la vida. Soy una de decenas de miles de personas que les están pidiendo al gobernador Greg Abbott y a la Junta de Indultos y Libertad Condicional de Texas que conmuten la sentencia de muerte de Quin a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.

No soy abogada y no vengo aquí a dar un argumento legal de por qué este caso merece una revisión. En la petición de clemencia, los abogados de Quin han presentado una amplia documentación para probar cómo le falló nuestro sistema judicial: su representación legal designada por el gobierno no cumplió con las fechas de presentación de documentos ni tampoco impugnó problemas críticos en el caso del estado; el argumento del estado giró en torno a ciencia desacreditada y una metodología fallida; los notorios conflictos de interés han manchado el proceso para programar la fecha de ejecución de Quin; hay discrepancias en el tratamiento basadas en la raza.

Más bien, quiero hablar de la extraordinaria transformación de Quin y quién es ahora: el tipo de persona para la que existe la clemencia.

Quin ha entablado correspondencia con gente de todo el mundo. Entre sus amigos por correspondencia se encuentran un psicólogo penitenciario de Australia, una maestra de escuela en Alemania que libra una batalla contra el cáncer y un vecino de Fort Worth, Texas, que le brindó refugio a Quin durante su infancia de una dificultad inimaginable.

Una niña de 9 años en Inglaterra, Niamh, considera a Quin como su hermano mayor. “Siempre recuerda que eres alguien y nunca permitas que nadie te convenza de lo contrario”, le escribió Quin a Niamh en enero.

Una de las historias más extraordinarias provino de una familia en Suiza. Sylvie, su hijo y su hija mantenían una correspondencia con Quin. Quin les advirtió a los hijos adolescentes de Sylvie que no dejaran la escuela ni consumieran drogas: las malas decisiones que él tomó. El año pasado, cuando Sylvie perdió a su hijo a causa de un suicidio, Quin se convirtió en una fuente de consuelo para ella.

En lo personal, no me cuesta comprenderlo tan solo porque yo he intentado suicidarme antes”, Quin le escribió a Sylvie. “Debes buscar en lo más profundo de ti para poder superar ese sentimiento de querer morir, Madrina del Alma, y, confía en mí, no es algo fácil de lograr”.

A menudo me recuerdo que Quin nunca me ha hecho daño. No me quitó a la persona que más quería en el mundo. Pero le hizo precisamente eso a Mattie Long, la hermana menor de la víctima de Quin, Berthena Bryant, conocida como Bert. Las hermanas eran mejores amigas y casi inseparables. Long iba todos los días a la casa de su hermana para desayunar y almorzar, y llevaba a Bryant al banco y a la oficina de correo.

“Como era muy cercana a Bert, su muerte me dolió mucho”, escribió Long en una carta para solicitar la clemencia de su sobrino nieto. “A pesar de eso, Dios es misericordioso”. Long dice que ha visto el arrepentimiento de Quin y ha sido testigo de cuánto ha cambiado. Ella le escribe y lo visita en la cárcel. En su carta, Long no midió sus palabras: “Quintin no la puede traer de vuelta. Yo no la puedo traer de vuelta. Estoy escribiendo esto para pedirles que le perdonen la vida a Quin”.

Hace poco, me llegó una larga carta de Quin, escrita 32 días antes de su fecha de ejecución. Por primera vez en nuestra correspondencia, me dijo que no estaba bien.

Quin escribió sobre lo agotador que era a nivel psicológico seguir adelante conforme el día se acercaba. Mencionó que todo el día lo están vigilando en video para que no se suicide. “Bueno, pero por favor no te sientas triste ni mal por mí”, escribió. “¡Intenta sentirte honrada de ser la primera persona con la que he compartido esta verdad! (¡Sonríe!)”.

Todo el tiempo usamos a las personas como ejemplo y a veces con justa razón. Sin embargo, el mejor ejemplo que se puede usar de Quintin Phillippe Jones es que los seres humanos son capaces de redimirse y reconciliarse, para ser merecedores de la misericordia y la gracia.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company