En EEUU no lo entienden: por qué los jugadores del Mundial fingen falta y se caen por nada

DOHA, QATAR - DECEMBER 02: Aleksandar Mitrovic of Serbia falls after challenged by Fabian Schaer of Switzerland during the FIFA World Cup Qatar 2022 Group G match between Serbia and Switzerland at Stadium 974 on December 02, 2022 in Doha, Qatar. (Photo by Laurence Griffiths/Getty Images)
DOHA, QATAR - DECEMBER 02: Aleksandar Mitrovic of Serbia falls after challenged by Fabian Schaer of Switzerland during the FIFA World Cup Qatar 2022 Group G match between Serbia and Switzerland at Stadium 974 on December 02, 2022 in Doha, Qatar. (Photo by Laurence Griffiths/Getty Images)

LONDRES — Es parte de la experiencia de ver fútbol (o “soccer”, como le llaman los estadounidenses) durante la Copa del Mundo. Al menor contacto físico con un adversario, un jugador se tira al suelo y se retuerce fingiendo agonía, mientras se agarra una parte del cuerpo (un tobillo, una rodilla) que ha quedado lastimada a causa de un contacto falso. Mientras tanto, mira con disimulo al árbitro para ver si lo engañó y le concedió un penalti o, mejor aún, expulsó a un contrincante del partido.

Para muchos estadounidenses, lo más ridículo del Mundial no fue la derrota en octavos de final ante los Países Bajos. Es la actuación descarada de los atletas.

De hecho, es probable que a los espectadores que no conocen el fútbol les cueste digerir este histrionismo. Desde hace mucho tiempo, algunos de los mejores jugadores, como el portugués Ronaldo y el uruguayo Luis Suárez, tienen fama de echarse clavados teatrales, lanzamientos de cabeza al menor obstáculo, con la esperanza de obtener una falta. La semana pasada, en un momento del partido entre Estados Unidos y los Países Bajos, el jugador neerlandés Denzel Dumfries se pasó 20 segundos retorciéndose en el suelo dentro del área estadounidense, pero se recuperó y entró en acción en cuanto quedó claro que no había engañado a los árbitros. Hace menos tiempo, llegó una dimensión más desagradable: los jugadores fingen lesiones graves para añadir sustancia a sus farsas.

¿Acaso estos atletas de fama mundial han olvidado su dignidad? Sin duda no pueden enorgullecerse de actos de engaño tan evidentes.

No obstante, tal vez se trata solo de una reacción parroquial a una conducta desconocida. Después de todo, la gente adapta su vida de forma distinta en distintas partes del mundo. Debemos tener cuidado de no confundir lo extraño con lo inmoral.

Foto:  PHILIP FONG/AFP via Getty Images
Foto: PHILIP FONG/AFP via Getty Images

En particular, los deportes son un gran ejemplo de que las acciones que son aceptables en un contexto pueden parecer inaceptables en otro. Los deportes estadounidenses ofrecen muchos ejemplos de prácticas aceptadas que a los extranjeros no les parecen tan cercanas a la honorabilidad. Los jugadores de baloncesto sin ningún problema cometen faltas flagrantes para detener el reloj. Los entrenadores de fútbol americano piden tiempo fuera para “enfriar” al pateador (en teoría, ponerle más presión al pateador en su intento de gol de campo). A los jugadores de hockey se les sanciona con cinco minutos por peleas a puñetazos que equivaldrían a una expulsión de toda una temporada para los jugadores de fútbol.

Los deportistas estadounidenses tampoco son incapaces de engañar a los árbitros. En el béisbol, a los jóvenes receptores les enseñan el arte de “enmarcar el lanzamiento”: atrapar la bola en sus guantes de tal modo que engañen a los árbitros para que las señalen como strikes. Los jardineros que atrapan un elevado (en lugar de en verdad atraparlo) saltan triunfantes, con la esperanza de convencer a los árbitros de que la atrapada fue bien hecha. A los miles de millones de aficionados al críquet en todo el mundo, esto les parecerá especialmente indigno. En el críquet, los jardineros que afirman haber atrapado una bola sabiendo que no lo hicieron son condenados al ostracismo por sus compañeros de equipo, ya ni hablar del equipo contrario.

Los aficionados a los deportes condenan la moral de otros códigos con la mano en la cintura. Sin embargo, mucho de esto en realidad es solo una insularidad inapropiada. En el deporte, como en la sociedad en general, muchas convenciones diferentes se alinean con las exigencias de la moralidad.

En efecto, los atletas de distintos deportes han forjado una variedad de acuerdos sobre cómo jugar sus partidos, sobre qué niveles de capacidad física deben esperar, sobre si deben marcarse las faltas ellos mismos o dejarlo en manos de los árbitros, sobre qué artimañas son aceptables, etcétera. Incumplir estos compromisos compartidos siempre es moralmente incorrecto, como lo es en otros ámbitos de la vida. Los deportistas que utilizan ardides que saben que rechazarán sus adversarios simplemente se están aprovechando de la confianza para sacar ventaja.

No obstante, esto deja mucho margen para interpretar dónde se debe trazar la línea del juego limpio. El béisbol no es menos moral que el críquet solo porque imponga diferentes expectativas a los jugadores que atrapan la pelota. A final de cuentas, los aficionados que desprecian los deportes solo porque tienen códigos distintos no son muy diferentes de las personas que desprecian a los extranjeros porque tienen modales diferentes en la mesa.

Foto: ALFREDO ESTRELLA/AFP via Getty Images
Foto: ALFREDO ESTRELLA/AFP via Getty Images

Las distintas convenciones, en el deporte como en la sociedad en general, pueden ser igual de aceptables en términos morales. Sin embargo, eso no significa que no haya convenciones inmorales. La frase: “Donde fueres, haz lo que vieres”, sirve solo hasta cierto punto. Después de todo, esta frase en inglés alude a Roma y sus habitantes, y los romanos practicaban la esclavitud y crucificaban a los enemigos públicos. Muchas sociedades modernas siguen teniendo costumbres inmorales. Qatar prohíbe la homosexualidad y carece de derechos laborales básicos. Tal vez estos son elementos de toda la vida en la estructura social catarí, pero eso no significa que sean correctos.

Sucede lo mismo en el deporte. Algunas prácticas sin duda superan los límites morales. En 2012, cuando el “Bountygate” reveló que los Santos de Nueva Orleans les pagaban bonos a los jugadores por lesionar a sus rivales, no intentaron defenderse pues afirmaron que todo el mundo lo hacía. Intentar lesionar a propósito a los adversarios en un deporte no es lo mismo que enmarcar un lanzamiento. No es algo que pueda incorporarse a una práctica deportiva sana, igual que la esclavitud no puede incorporarse a una sociedad civil sana.

Me parece que es parecido con los jugadores de fútbol que se lanzan piscinazos para meter en problemas a sus adversarios. No es solo el engaño. Es la mala intención de buscar que castiguen a alguien por algo que no hizo. Los jugadores pueden llegar a ser muy hábiles para engañar al árbitro. Sin embargo, eso no es lo que admiramos en ellos. Su actuación de mal gusto tan solo socava las habilidades atléticas trascendentales que demuestran los mejores jugadores de fútbol.

En las primeras generaciones del deporte a nivel internacional, las convenciones locales podían generar fricciones. Los viajes de larga distancia eran menos comunes y los futbolistas de distintas regiones no siempre compartían las mismas expectativas del juego limpio. El fútbol tenía una proclividad particular a este peligro. En el Mundial de 1966, el partido de cuartos de final entre Inglaterra y Argentina fue famoso por su bravura. Los jugadores ingleses no estaban preparados para una serie de provocaciones y tácticas dilatorias que entonces eran la norma en Sudamérica. Tras el partido, el seleccionador inglés, Alf Ramsey, describió a los argentinos como “animales”.

No obstante, en la actualidad, todo el mundo sabe qué esperar. La mayoría de los mejores futbolistas del mundo juega en las mismas ligas europeas, así que la cultura futbolística en esencia está homogeneizada. Habrá quien piense que esto puede producir un declive en los estándares, pues cada vez hay más prácticas locales dudosas que ganan una mayor aceptación.

Foto: JACK GUEZ/AFP via Getty Images
Foto: JACK GUEZ/AFP via Getty Images

Sin embargo, no tiene por qué ser una carrera hacia la perdición. El tenis masculino ofrece una comparación positiva. En décadas anteriores del tenis profesional —digamos, por ejemplo, la época dorada de John McEnroe— los berrinches, las discusiones y los insultos eran la norma. Pero por suerte, en esencia, eso es cosa del pasado. Esperamos que Roger Federer, Rafael Nadal e incluso Novak Djokovic traten solo con respeto a sus adversarios y a los jueces.

A la mayoría de los deportistas de élite les preocupa su imagen y su dignidad, así como ganar. Y no todos los futbolistas intentan obtener una ventaja fingiendo lesiones. Quizá la atención pública mundial que rodea a la Copa del Mundo logre que más jugadores reconozcan que se degradan con sus engaños baratos.

Y tal vez la atención mundial que rodea a la Copa del Mundo logre que las autoridades cataríes reconozcan que ellas también se degradan con sus leyes anticuadas. Al organizar el torneo, querían presentarse como una sociedad moderna. Tal vez un resultado sea que se vayan transformando más en una.

La esperanza nunca muere.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2022 The New York Times Company

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