Opinión: El aborto nunca fue solo una cuestión de abortar

El aborto nunca fue solo una cuestión de abortar. (Kenny Holston para The New York Times).
El aborto nunca fue solo una cuestión de abortar. (Kenny Holston para The New York Times).

LA MANERA EN QUE SE CONVIRTIÓ EN UN “REGALO DEL CIELO” PARA LA DERECHA ES UNA HISTORIA PECULIAR.

Todavía en 1984, el aborto no era una cuestión tan enraizada en el partidismo.

“La diferencia de apoyo a la posición a favor del aborto era de apenas seis puntos porcentuales”, me dijo en un correo electrónico Alan Abramowitz, politólogo de la Universidad Emory. “El 40 por ciento de quienes se identifican como demócratas eran provida, mientras que el 39 por ciento estaba a favor del derecho a elegir. Entre quienes se identifican como republicanos, un 33 por ciento estaba a favor del aborto, el 45 por ciento era provida y un 22 por ciento estaba indeciso”.

Para 2020, continuó Abramowitz:

El 73 por ciento de quienes se identifican como demócratas adoptaron la postura proaborto, mientras que solo el 17 por ciento adoptó la postura provida, con un 10 por ciento indeciso. Entre los republicanos, el 60 por ciento se posicionó a favor de la vida, mientras que el 25 por ciento lo hizo a favor del aborto y el 15 por ciento se situó en un punto intermedio. La diferencia de apoyo a la posición proabortista fue de 48 puntos porcentuales.

Esta división fue todavía mayor, de 59 puntos, entre los “partidarios de hueso colorado, el grupo más propenso a votar en las elecciones primarias”, dijo Abramowitz.

Un aspecto significativo, señaló Abramowitz, es que las opiniones sobre el aborto también están muy relacionadas con las actitudes raciales:

Las personas blancas que obtienen puntuaciones altas en las medidas de resentimiento y agravio racial son mucho más propensas a apoyar los límites estrictos al aborto que las que obtienen puntuaciones bajas en estas medidas. Esto forma parte de un panorama más amplio en el que las actitudes raciales están cada vez más vinculadas a las opiniones sobre una amplia gama de cuestiones dispares, como las cuestiones relativas al bienestar social, el control de las armas, la inmigración e incluso el cambio climático. El hecho de que las opiniones sobre todas estas cuestiones estén ahora estrechamente interconectadas y relacionadas con las actitudes raciales es un factor clave en la profunda polarización dentro del electorado que contribuye a los altos niveles de voto por un mismo partido en todos los cargos sujetos a elección y a la disminución de la proporción de electores indecisos.

Algunos de los académicos y periodistas que estudian la evolución del papel que ha tenido el aborto en la política estadounidense sostienen que los principales líderes del movimiento conservador de finales de los setenta y principios de los ochenta —entre ellos Richard Viguerie, Paul Weyrich, Phyllis Schlafly y Jerry Falwell padre— buscaban aumentar su base de seguidores para incluir no solo a quienes se oponían al movimiento por los derechos civiles. Según este argumento, los estrategas conservadores acordaron hacer un esfuerzo coordinado para politizar el aborto en parte porque evadía el tema de la raza y ofrecía la oportunidad de unificar a los católicos y a los evangélicos conservadores.

“El movimiento antiabortista ha tenido un éxito considerable a la hora de convencer a los observadores de que las posturas que adoptan los individuos en la cuestión del aborto se derivan siempre de forma deductiva de sus supuestos principios morales. No es así”, escribió en un correo electrónico Katherine Stewart, autora del libro de 2019 “The Power Worshipers”.

En 1978, la reacción hostil a una propuesta de la oficina de recaudación de impuestos de Estados Unidos (IRS, por su sigla en inglés) de cobrar impuestos a las iglesias que dirigían escuelas privadas segregadas (las “academias segregadas” para los hijos de los sureños blancos que querían evitar las órdenes de integración escolar impuestas por el gobierno federal) brindó la oportunidad de movilizar a los feligreses renacidos y evangélicos mediante la creación de la Mayoría Moral. Como sostiene Stewart, Viguerie, Weyrich y otros miembros de la derecha estaban decididos a encontrar un tema que pudiera agrupar a un electorado mucho más amplio:

Como Weyrich lo entendió, construir un nuevo movimiento en torno al candente tema de la defensa de las ventajas fiscales de las escuelas racistas no iba a ser una estrategia viable en el escenario nacional. “Detener el impuesto a la segregación” tampoco iba a inspirar el tipo de contrarrevolución conservadora de amplio alcance que Weyrich concebía.

Después de un largo y polémico debate, los estrategas conservadores llegaron a un consenso, escribe Stewart: “Dieron con la sorprendente palabra que proporcionaría la clave del rompecabezas político de la época: ‘aborto’”.

En un correo electrónico, Stewart explicó su argumento con mayor detalle. Los opositores del aborto:

son más propensos a estar comprometidos con una visión patriarcal del mundo en la que el control de la reproducción, y de la sexualidad femenina en particular, se considera fundamental para mantener una jerarquía de género que (según ellos) sostiene a la familia, la cual en su opinión se ve amenazada por las fuerzas seculares y modernas.

El aborto es uno de los temas más complicados que dividen a los partidos, con pocas o nulas posibilidades de hacer concesiones.

Por un lado, los que se oponen al procedimiento argumentan que "en el momento de la fusión del esperma y el óvulo humanos, nace una nueva entidad que es claramente humana, viva y un organismo individual: un ser vivo y plenamente humano", como dice el Centro para la Dignidad Humana en el folleto “Los mejores argumentos provida para audiencias seculares”.

Por otro lado, los proponentes del derecho al aborto sostienen, en palabras del Centro de Derechos Reproductivos: “Las leyes que limitan el aborto tienen el efecto y el propósito de evitar que una mujer ejerza cualquiera de sus derechos humanos o libertades fundamentales en igualdad de condiciones con los hombres”.

No siempre fue así.

Hace cincuenta años, la reunión de la Convención Bautista Sureña en San Luis aprobó lo que para los estándares de 1971 era una resolución decididamente liberal sobre el aborto:

Se resuelve, además, que hacemos un llamamiento a los bautistas del sur para que trabajen en favor de una legislación que permita la posibilidad del aborto en condiciones tales como la violación, el incesto, la clara evidencia de una grave deformidad del feto y la evidencia cuidadosamente comprobada de la probabilidad de daño a la salud emocional, mental y física de la madre.

Este año, en una reunión celebrada en junio en Nashville, la convención demostró lo mucho que ha cambiado la derecha religiosa en lo que respecta al aborto. Los miembros aprobaron una resolución que declaraba: “Afirmamos que el asesinato de los niños antes de nacer es un crimen contra la humanidad que debe ser castigado por igual bajo la ley”, repudiando de forma contundente los equívocos del pasado sobre la cuestión:

Confesamos con humildad y lamentamos cualquier complicidad en el reconocimiento de excepciones que legitiman o regulan el aborto, y de cualquier omisión, al no trabajar con el poder y la influencia que tenemos para abolir el aborto.

Randall Balmer, profesor de Religión en Dartmouth y autor de un nuevo libro, “Bad Faith: Race and the Rise of the Religious Right”, analizó la estrategia conservadora en un artículo de opinión reciente que se publicó en The Guardian. En su ensayo, Balmer relató una reunión de conservadores en Washington en 1990, en la que habló Weyrich:

Recuerden, dijo Weyrich animado, que la derecha religiosa no se unió en respuesta a la decisión del caso Roe. No, insistió Weyrich, lo que puso en marcha el movimiento como movimiento político fue el intento por parte del ISR de rescindir el estatus de exención de impuestos de la Universidad Bob Jones debido a sus políticas racialmente discriminatorias, incluida la prohibición de las citas interraciales que la universidad mantuvo hasta el año 2000.

En un correo electrónico, Balmer escribió: “La oposición al aborto se convirtió en una distracción conveniente —un regalo del cielo, en realidad— para disfrazar lo que realmente motivaba su activismo político: la defensa de la segregación racial en las instituciones evangélicas”.

Ballmer continuó su argumento diciendo que lo mismo aplica para los muchos políticos que se han convertido en enemigos acérrimos del aborto:

En un momento en que el racismo abierto estaba pasando de moda, estos políticos necesitaban un tema más elevado, que no les obligara a renunciar a su orientación política fundamental. Y, por supuesto, la belleza de defender a un feto es que este no exige nada a cambio —vivienda, atención médica, educación—, así que es una defensa que implica muy pocos riesgos.

La realidad en la década de 1970 era que el auge de los movimientos por los derechos —para los afroestadounidenses, las mujeres, los derechos reproductivos, los derechos de los homosexuales, los derechos de los acusados de delitos penales y los enfermos mentales— había preparado el terreno para lo que se convertiría en una explosiva reacción conservadora, una reacción que en las elecciones de 1980 puso a Ronald Reagan en la Casa Blanca durante ocho años, le arrebató el control del Senado a los demócratas y eligió una coalición de republicanos y demócratas conservadores que ejerció un enorme poder en la Cámara de Representantes.

“Existe una asociación persistente entre las opiniones sobre el aborto y la exclusión etnorracial”, escribió en un correo electrónico Bart Bonikowski, profesor de Sociología en la Universidad de Nueva York:

Lo que ha sucedido es que las posturas sobre ambos temas se han clasificado cada vez más por partidos, de modo que estar en contra del aborto o tener creencias excluyentes es un claro marcador de la afiliación republicana, mientras que estar a favor del aborto o definir la nación en términos inclusivos señala la identidad demócrata. Lo mismo ha ocurrido con una amplia gama de otras cuestiones, desde la atención sanitaria y el derecho al voto hasta el uso de cubrebocas y la vacunación durante la pandemia de COVID-19: en todos estos ámbitos, las opiniones políticas delimitan cada vez más la identidad partidista.

David Leege, profesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Notre Dame, tiene una explicación adicional para el proceso que vincula la animadversión racial y el aborto. En un correo electrónico, escribió lo siguiente:

Para las poblaciones en cuestión —los cristianos evangélicos— a las que Viguerie, Weyrich, y Falwell quisieron movilizar, la hostilidad racial y las posturas respecto al aborto están relacionadas, aunque en su mayoría de manera indirecta, debido a la aversión hacia las élites intelectuales. Las personas que antes parecían apelar a la influencia del gobierno en la lucha por la igualdad de oportunidades y la integración racial ahora eran las mismas que apoyaban leyes más permisivas sobre el aborto, a saber, gente con un alto nivel educativo proveniente de Nueva Inglaterra, el sector bancario, universidades, ciudades del norte, y otros lugares.

En pocas palabras, escribió Leege, “aunque cambie el ámbito político, las personas a las que se odia son las mismas”.

Michele Margolis, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Pensilvania, argumenta en su libro de 2018 “From Politics to the Pews: How Partisanship and the Political Environment Shape Religious Identity”, que “en lugar de que la religiosidad guiara las actitudes políticas, el panorama político cambiante —en el que a los republicanos se les ha vinculado con los valores religiosos y el conservadurismo cultural mucho más que a los demócratas— pudo haber cambiado la participación de los partidarios en sus comunidades religiosas”.

Si, Margolis prosigue:

Los republicanos y los demócratas eligen o excluyen a comunidades religiosas, en parte, según sus opiniones políticas, se instalan en redes sociales más homogéneas en términos políticos, donde encuentran una menor variedad de información política. En lugar de ser un punto de reunión para personas con distintos puntos de vista políticos, las iglesias de las comunidades religiosas podrían convertirse en cámaras de eco conformadas por partidarios afines.

La capacidad del partidismo para influir en las posturas respecto al aborto se puede ver del lado demócrata por “la infinidad de demócratas que han liberalizado sus opiniones con tal de contender por la presidencia —Ted Kennedy, Jesse Jackson, Dick Gephardt, Al Gore, y Dennis Kucinich, entre otros”— según escribió John Murdock en su artículo “The Future of the Pro-Life Democrat” publicado en la revista National Affairs.

Rachel Rebouché, profesora de derecho en la Universidad de Temple, le agrega otro matiz al argumento de que el aborto sirve como un señuelo para atraer a aquellos con posturas raciales conservadoras. En cambio, ella sostiene que los movimientos provida y de segregación racial son “paralelos explícitos, sin duda, pero creo que también tienen orígenes cronológicos distintos y públicos iniciales un tanto diferentes”.

Rebouché escribió en un correo electrónico que el aborto, “el control sexual, las identidades de género y el patriarcado” son un conjunto de “temas muy poderosos que se desarrollaron junto con las escuelas privadas, con su capacidad para moldear las perspectivas sobre religión, sexo, cultura y raza, de la mano de la reforma al sistema de bienestar social y la aplicación del derecho penal, cuyas estructuras siempre se han centrado en la raza”.

Además, escribió Rebouché, “donde yo noto sinergias es en las políticas conservadoras alineadas con ideas sobre sexo, sexualidad, religión y familia”.

Jefferson Cowie, historiador de la Universidad Vanderbilt, argumentó por correo electrónico que “el tema del aborto conlleva tres dimensiones”.

La primera, señaló:

es una inquietud evidente y genuina respecto a la moral cristiana fundamentalista en la esfera política del sur. Hay quienes están claramente motivados por lo obvio: piensan que el aborto está mal. Estas opiniones son una minoría en este país, pero están muy concentradas en la región sur.

La segunda, continuó, es:

la politización del tema a fin de enardecer al electorado. Esto no se trata tanto de políticas públicas, sino de una captación de votos pura y dura. Por supuesto que hay muy poco apoyo para la atención neonatal o la limitación de la pena de muerte, así que el término “provida” es totalmente inapropiado y ridículo. Están menos a favor de la vida y más a favor del poder político… el suyo.

La tercera, según Cowie, es:

La parte que suele ignorarse: la profunda relevancia de la soberanía estatal y regional. La política regional aún se define por una resistencia a la autoridad federal. Según esa lógica, si el gobierno federal puede regir cualquier aspecto de la cultura o la política regionales, entonces puede regirlo todo. Esta preocupación ha surgido en relación con casi cualquier tema desde el periodo de la reconstrucción, incluyendo los linchamientos, las prácticas laborales justas, el fallo del caso Brown contra el Consejo de Educación, el transporte escolar, la oración en las escuelas, y el aborto. Este problema es difícil de solucionar, tan solo pensemos en la carrera de George Wallace, a quien le gustaba decir que el gobierno federal había sacado a Dios de las escuelas y, en su lugar, había instalado tribunales. Estos son los residuos de la Causa Perdida de la Confederación que aún flotan en los vientos políticos.

Darren Dochuk, profesor de historia en la Universidad de Notre Dame y autor de “From Bible Belt to Sunbelt: Plain-Folk Religion, Grassroots Politics and the Rise of Evangelical Conservatism”, argumentó en un correo electrónico que la fuerza de la oposición al aborto en el sur nace de las tensiones específicas que hay en la región entre las nociones de hombría y los intentos evangélicos por controlar los pecados de los hombres:

Siempre ha existido una tensión en el estilo de vida sureño entre los ideales de la masculinidad dura y las expectativas del decoro evangélico. A principios del siglo XX, los pastores y los feligreses sinceros cumplieron con su deber de frenar los peores excesos de la hombría sureña, ya fuera en relación con el alcohol, el sexo o la violencia; librar la guerra contra el pecado era su vocación, proteger su hogar y procurar al jefe de familia cristiano era su mayor preocupación. Esta tensión también era dinámica, pues el pecado en exceso también potenciaba el fervor evangelístico; cuanto mayor fuera el pecado, mayor sería la salvación, es decir que los feligreses asiduos permitían e incluso celebraban las indiscreciones masculinas, de manera discreta, como justificación para una respuesta igual de agresiva.

“Sin embargo, desde finales de la década de los setenta”, escribió Dochuk:

Las iglesias evangélicas del sur en general han dado cada vez más cabida al tipo de masculinidad dura que solían demostrar los pecadores sureños de antaño. Por motivos teológicos, así como culturales y políticos, la mayoría evangélica del sur, cuyos preceptos e ideas ahora permean todos los rincones de la cultura rural sureña, se ha decantado cada vez más hacia un cristianismo musculoso que considera que la protección del hogar y todas las facetas de los valores familiares y sus nociones de la vida y la libertad son una causa digna de defender con toda la fuerza y destemplanza necesarias.

Esta creencia, según Dochuk, parte del hecho de que el enemigo, en la opinión de los evangélicos del sur, ahora es “un liberalismo afeminado y su ‘humanismo laico’”, lo cual, a su vez, significa que:

incluso los líderes que quizá no demuestran un carácter o una ideología semejantes a los de Jesús son bienvenidos en la Iglesia. De cierto modo, los evangélicos del sur han tirado por la borda el Nuevo Testamento y han optado por el Antiguo Testamento —el renacimiento para la reconstrucción de la sociedad— y han forjado un espacio bastante amplio para que un político desenfrenado pueda imponer su voluntad (léase Trump y otras figuras menos expresivas) a fin de reconstruir la nación a su imagen y semejanza.

En este contexto, observó Dochuk:

El político que defiende la zona rural del sur a capa y espada goza de una libertad inusitada para actuar con intransigencia incluso mientras denuncia los pecados del aborto y el feminismo; en calidad de santo y pecador, se le ha otorgado el derecho y la libertad para liderar la lucha por los valores familiares contra Washington y su delicada élite liberal.

En palabras más amables, Rebecca Kreitzer, profesora de Políticas Públicas de la Universidad de Carolina del Norte, campus Chapel Hill, y dos de sus colegas argumentan en “The Evolution of Morality Policy Debate: Moralization and Demoralization” que cuando un problema se polariza y se “moraliza”, se vuelve mucho más complicado, si no es que imposible, de resolver. En contraste, cuando un tema se “desmoraliza”, como ha sido el caso del matrimonio igualitario en el último par de décadas, es cada vez más probable llegar a un consenso bipartidista.

Durante 20 años, Gallup ha planteado la siguiente pregunta: “Independientemente de si opina que debe ser legal o no, ¿podría expresar si, en lo personal, cree que las relaciones homosexuales en general son moralmente aceptables o moralmente inaceptables?”. En 2001, el 53 por ciento respondió que eran moralmente inaceptables y el 40 por ciento dijo moralmente aceptables. Sin embargo, para 2021, el 69 por ciento afirmó que las relaciones homosexuales son moralmente aceptables, en comparación con el 30 por ciento que las describió como moralmente inaceptables. El tema se ha “desmoralizado” y, en la práctica, ha desparecido del debate nacional.

El aborto no ha corrido con la misma suerte. En el transcurso de los mismos 20 años, Gallup preguntó si el aborto era moralmente aceptable o inaceptable. En 2001, el 42 por ciento dijo que el procedimiento era moralmente aceptable y el 45 por ciento opinó que era moralmente inaceptable. En esas mismas dos décadas, las cifras variaron un poco de un año a otro, pero en la práctica no cambiaron mucho: en 2021, el 47 por ciento respondió que es aceptable, y el 46 por ciento, inaceptable.

La conclusión: al menos en el mediano plazo, el tema del aborto ha llegado para quedarse. En todo caso, el fallo de 5 a 4 que emitió la Corte Suprema el 1.° de septiembre para negarse a bloquear una ley de Texas que prohíbe la mayoría de los abortos demostró que el tema seguirá siendo el centro de atención sin ninguna solución a la vista.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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