Autoritarismo y neocomunismo: el falso 'juicio final' que acrecienta la incertidumbre en EEUU

A 50 días de la votación, más que una elección presidencial, por momentos parece que estuviéramos frente a un plebiscito. El Presidente admite que conocía la peligrosidad del Covid-19 y Biden no ha dudado un segundo en responsabilizarlo por las consecuencias. El virus sigue matando, los insultos sumándose y las encuestas sin demasiada novedad. Pero la incertidumbre se ha multiplicado.

Caos. La campaña electoral estadounidense parece estar establecida ya, sin que nada en el panorama anuncie un cambio, en una lluvia permanente de incertidumbre. Al escándalo, el conflicto continuo y las declaraciones rocambolescas a las que el mandato de Trump nos había acostumbrado ya, se suman ahora el covid como un asesino en serie que se quedó en el panorama sin que nadie parezca demasiado espantado. Y el miedo que siembran ambas trincheras partidistas para "¿ganarse?" a los electores. Miedo a que, con Trump cuatro años más en el poder, una creciente autocracia se robustezca y erosione irreversiblemente las instituciones democráticas; miedo a que detrás del ala izquierdista del partido demócrata se esconda una agenda oculta del neocomunismo internacional que plague a Estados Unidos de miseria colectivista.

A passerby stops to take a selfie with foam sculpture depictions of President Donald Trump and Democratic presidential candidate former Vice President Joe Biden along Dixie Highway in Fort Lauderdale, Fla., Thursday, Sept. 3, 2020.  (Joe Cavaretta/South Florida Sun-Sentinel via AP)
A 50 días de las elecciones, la desconfianza y el miedo mantienen a la opinión pública sentada sobre una reyerta en la que pareciera que no hay mañana, y que hoy, cada vez por una razón distinta, nos jugamos el destino. (Joe Cavaretta/South Florida Sun-Sentinel via AP)

La atmósfera no podría estar más empantanada. Ante las protestas nacidas de los roces raciales, la brutalidad policial se ha multiplicado, y con ella, una cadena de muertos injustificables. Por otra parte, empieza a regularizarse que las manifestaciones se tornen vandálicas, lo cual deja a los activistas sin legitimidad de discurso. El Presidente alienta a supremacistas blancos a actuar a su libre albedrío para defenderse. Algunas autoridades policiales renuncian ante la imposibilidad de mantener defendible su integridad profesional, como fueron los casos de U. Reneé Hall y La'Ron Singletary, entre otros.

La prensa es una ventana para ver las ininterrumpidas explosiones en que se ha convertido hoy el campo minado de la política. Los fallecidos a causa del coronavirus traspasan los 190 mil, mientras el primer mandatario exige seguir reabriendo la economía. La bolsa de valores, no importa cuántos trillones se le haya inyectado, empieza a ser espejo inexorable de la realidad económica. Las grandes corporaciones comienzan a tomar las medidas que trataron de evitar para achicarse, en vista de que el re-arranque de la economía nacional y mundial no parece ser cuestión de pasar un suiche.

La alteración como norma

Al Presidente se le acusa de llamar "perdedores" a soldados muertos en la guerra, a cuyas tumbas no encuentra explicación para ir a visitar. Y ante el escándalo, pide públicamente que se despida de la cadena Fox -que ha sido su cadena aliada- a la periodista que confirmó la información, Jennifer Griffin.

Todo el mundo lo sabe, pero nadie parece pararse frente a la estampa: en un país libre, el Presidente, nada más y nada menos, se da el lujo de recomendar en público que despidan a una periodista que dice haber confirmado algo que lo hace quedar mal. ¡Y nadie se asombra! El escándalo parece haberse normalizado.

Si las pandemias u otros peligros supusieran que las comunidades se unieran para protegerse frente a una amenaza común, Estados Unidos sería la excepción de la regla. Un país alterado, irascible, convulsionado, en el que se debate poco y se acusa mucho. En el que la cabeza no está fría y el verbo es volátil y presuroso.

REUTERS/Yuri Gripas
REUTERS/Yuri Gripas

El analista Harry Enten dice a CNN un dato inesperado: desde los años 40s (del siglo pasado) no había una campaña en la que durante tanto tiempo sostenido uno de los candidatos llevara una ventaja tan clara. Y sin embargo, este es un país en el que se respira cualquier cosa menos certidumbre.

La desconfianza y el miedo mantienen a la opinión pública sentada sobre una reyerta en la que pareciera que no hay mañana, y que hoy, cada vez por una razón distinta, nos jugamos el destino.

La pregunta que habría que hacerse es quién sale ganando con este falso juicio final, y, sobre todo, quién pierde.

Vislumbrando el final

Brian Murphyt, que estuvo al frente del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, ha denunciado formalmente que se le indicó que dejara de proporcionar informes sobre la amenaza de una injerencia rusa en las elecciones venideras de noviembre, pues eso “daba una imagen mala del presidente”.

No dejan de publicarse libros y más libros que denuncian desde la personalidad del presidente hasta su reputación en los negocios, pasando por sus andanzas sexuales, sus peripecias legales y sus poco ortodoxos cuatro años en la Casa Blanca.

El más reciente, Rage, incluye una entrevista a Bob Woodward, del Washington Post, que los estrategas del presidente no entienden cómo concedió. En sus páginas no solo se revela la incomprensible aproximación con que se manejó la pandemia, sino, entre otras cosas, cómo Trump desatiende importantes consejos militares, por ejemplo, los que le imploraron no liquidar al general irani Qasem Soleimani.

Supporters cheer as President Donald Trump speaks at a rally at Xtreme Manufacturing, Sunday, Sept. 13, 2020, in Henderson, Nev. (AP Photo/Andrew Harnik)
AP Photo/Andrew Harnik

Las encuestas se mantienen en el mismo rango, con entre 3 y 8 puntos de diferencia, pero lo que sí es seguro es que ésta, antes que una elección, parece un plebiscito.

En tanto, la dispersión continúa. Trump exhorta a residentes del estado de Carolina del Norte a votar dos veces: en persona y por correo, supuestamente para poner a prueba el sistema electoral. El fiscal general del Estado dijo que hacer eso es ilegal, y señaló a Trump de querer ocasionar un caos.

Y el tema del fraude electoral, innumerablemente socorrido por Trump desde 2016 (recordemos que nunca reconoció haber perdido el voto popular), empieza a cobrar importancia. Para sorpresa de lo lógico, quien acusa de fraude al sistema es quien está en el poder.

Y, aunque no hay muestras significativas de fraude en la historia de Estados Unidos en ningún sentido, ni hay tendencia demostrable alguna de que los votos por correo sean demócratas o republicanos, el electorado empieza a preguntarse, como es natural: ¿qué pasaría si Trump perdiera y no reconociera su derrota?

En tanto, su ex abogado Michael Cohen (su fiel "fixer" -acomodador- por más de una década) ya tiene una teoría: si Trump pierde, creará algún evento dramático que le haga renunciar entre la elección y la inauguración del nuevo Presidente, de forma tal que su derrota y varios posibles enjuiciamientos de los que podría ser susceptible quedarán en un segundo plano y él poder reinventar una versión de la historia de aquí a un futuro próximo en la que eventuales acusaciones o fracasos queden enmarañadas.

Otros piensan en el futuro del partido republicano, que ha sido arbitrariamente dominado por Trump durante estos cuatro años: ¿qué va a ser de él si Trump pierde las elecciones? Algunos hablan de que será un partido minoritario por décadas, otros presagian que se dividirá, y hay los que prevén que Trump regresaría a una nueva contienda, con todo el poderío que tiene personalmente y en las filas de la organización. Pero ese es un tema para analizar luego de las elecciones.

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