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Asediado por el coronavirus, ahora Brasil se enfrenta a una sequía severa

Una foto aérea de un incendio en la selva amazónica en el estado brasileño de Pará, el 13 de agosto de 2020. (Victor Moriyama / The New York Times)
Una foto aérea de un incendio en la selva amazónica en el estado brasileño de Pará, el 13 de agosto de 2020. (Victor Moriyama / The New York Times)

RIO DE JANEIRO — Los cultivos se han marchitado bajo un calor abrasador. Los inmensos embalses de agua, que generan la mayor parte de la electricidad de Brasil, están perdiendo profundidad de una manera alarmante. Y el sistema de cascadas más grande del mundo, las Cataratas del Iguazú, se ha reducido de un torrente a un chorrito.

A medida que Brasil se acerca a las 500.000 muertes por COVID-19, una sequía que empeora pone en peligro la capacidad del país para reactivar su atribulada economía y podría estar preparando el escenario para otra temporada, intensamente destructiva, de incendios en la selva amazónica.

Varios estados del país se enfrentan a la peor sequía de los últimos 90 años. La crisis ha provocado un aumento de los precios de la electricidad, la amenaza del racionamiento del agua y la interrupción de los ciclos de cultivo. La agricultura, un motor económico de la nación, que depende en gran medida de la energía hidroeléctrica, ahora está en riesgo.

Los expertos dijeron que el paisaje árido, que coincidió con un aumento de la deforestación ilegal de la selva amazónica en los últimos meses, podría conducir a una temporada de incendios devastadora. El cumplimiento de las regulaciones ambientales es deficiente en la selva tropical y la temporada de incendios suele comenzar en julio.

“Lo que nos queda es una tormenta perfecta”, dijo Liana Anderson, bióloga que estudia el manejo de incendios en el Centro Nacional de Monitoreo y Alerta Temprana de Desastres Naturales de Brasil. “El escenario en el que nos encontramos hará que sea muy difícil mantener los incendios bajo control”.

En un boletín emitido en mayo, el sistema nacional de meteorología de Brasil alertó sobre la gravedad de la sequía. En este se señaló que cinco estados —Minas Gerais, Goiás, Mato Grosso do Sul, Paraná y São Paulo— enfrentarían escasez crónica de agua de junio a septiembre.

El presidente Jair Bolsonaro restó importancia al riesgo de la pandemia el año pasado y ha sido ampliamente criticado por su manejo arrogante de la crisis. Pero advirtió que en los próximos meses la sequía afectaría vidas y medios de subsistencia en Brasil.

Una foto aérea de un incendio en el estado brasileño de Mato Grosso, el 29 de agosto de 2020. (Maria Magdalena Arrellaga / The New York Times)
Una foto aérea de un incendio en el estado brasileño de Mato Grosso, el 29 de agosto de 2020. (Maria Magdalena Arrellaga / The New York Times)

“Nos enfrentamos a un problema grave”, dijo Bolsonaro en mayo, cuando los funcionarios gubernamentales y analistas comenzaron a advertir al país sobre las posibles consecuencias de la sequía. “Estamos atravesando la peor crisis hidrológica de la historia. Esto generará dolores de cabeza”.

Marcelo Seluchi, meteorólogo del centro nacional de monitoreo de desastres del gobierno, dijo que la actual crisis tardó años en desarrollarse. Desde 2014, grandes regiones del centro, sureste y oeste de Brasil han experimentado niveles de lluvia por debajo del promedio.

“Durante ocho años, no ha llovido tanto como solía hacerlo”, dijo, y calificó a la sequía como inusualmente extendida y prolongada. “Es como un tanque de agua que no se vuelve a llenar, y cada año lo usamos más y más, esperando que al año siguiente las cosas mejoren, pero ese año mejor todavía no llega”.

Seluchi dijo que los patrones de lluvia que han contribuido a la sequía eran múltiples y no se comprendían en su totalidad. Estos incluyen La Niña, un patrón meteorológico en el Océano Pacífico; el cambio climático; y la deforestación en el Amazonas y otros biomas que juegan un papel clave en los ciclos de precipitación.

“No podemos negar que el cambio climático, es decir, el calentamiento global, juega un papel”, dijo. “Llueve menos y usamos más agua”.

En 2001, después de los cortes de electricidad, Brasil se comprometió a construir sistemas de energía cada vez más polifacéticos, diversificando sus proyectos más allá de las centrales hidroeléctricas. Desde entonces, el país ha reducido la dependencia de su red eléctrica de la energía hidroeléctrica del 90 al 65 por ciento.

Si bien los funcionarios del gobierno han minimizado el riesgo de los cortes eléctricos, la agencia nacional de electricidad advirtió que algunos clientes podrían recibir facturas más altas por el servicio ya que el país se ve obligado a depender más de la costosa energía termoeléctrica. La agencia instó a los brasileños a ahorrar energía tomando duchas cortas, usando los aires acondicionados con más moderación y reduciendo la frecuencia con la que se ponen en marcha las lavadoras.

Si los funcionarios del gobierno logran evitar cortes de agua y de energía este año, es probable que la consecuencia más notable de la sequía se produzca durante la temporada de incendios tradicional en el Amazonas.

Durante los primeros cinco meses del año, aproximadamente 2545 kilómetros cuadrados de cubierta forestal fueron arrasados en el Amazonas, según estimaciones preliminares basadas en imágenes de satélite. El mes pasado la deforestación fue un 67 por ciento más alta que en mayo de 2020, según el Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil.

El aumento en la deforestación se produce semanas después de que la administración de Bolsonaro se comprometió a tomar medidas firmes para frenar la deforestación ilegal. El gobierno ha estado bajo presión de la Casa Blanca, bajo la administración de Biden, la cual busca que todos los principales emisores de carbono se comprometan con ambiciosos objetivos de reducción del cambio climático.

Los ambientalistas en Brasil dicen que el gobierno ha debilitado sus agencias de protección ambiental en los últimos años al no contratar suficiente personal, al reducir la cantidad de multas emitidas por delitos ambientales y al apoyar a las industrias que compiten por un mayor acceso a biomas protegidos.

En vez de restablecer las capacidades de las agencias de protección ambiental, la administración de Bolsonaro subcontrató esa labor a los militares, desplegando tropas en el Amazonas en 2019 y 2020. La semana pasada, el vicepresidente Hamilton Mourão anunció que el gobierno estaba comenzando una nueva operación militar para prevenir tanto la deforestación ilegal como los incendios. Se espera que la iniciativa comience este mes y tenga una duración de sesenta días.

El gobierno ha promovido las operaciones militares, particularmente a los accionistas internacionales, como evidencia de su compromiso en la lucha contra la deforestación ilegal. Pero los expertos dicen que esas operaciones no han logrado llegar a las raíces del problema y han hecho poco para revertir la impunidad con la que los mineros y madereros operan en las áreas protegidas.

Argemiro Leite-Filho, científico ambiental de la Universidad Federal de Minas Gerais, dijo que en los últimos años el vínculo entre la deforestación y la precipitación se había vuelto cada vez más claro, agravando los efectos de fenómenos climáticos masivos, como La Niña. Un estudio que Leite-Filho realizó, tomando datos de 1999 a 2019, demostró que por cada 10 por ciento de aumento de la deforestación en el Amazonas, las precipitaciones anuales en el bioma disminuyen en 49 milímetros.

Destruir más selva tropical, esencialmente para apoderarse de la tierra y pastar ganado, equivale a una forma de “suicidio agrícola”, dijo. Leite-Filho estima que a este ritmo, la destrucción le costará al sector alrededor de mil millones de dólares en pérdidas anuales.

© 2021 The New York Times Company