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El peor accidente automovilístico en el desierto de California: cómo murieron trece personas en un vehículo utilitario deportivo

Enrique Morones, al centro, y un grupo de dolientes llevan cruces con los nombres de las trece víctimas, todos mexicanos indocumentados y migrantes guatemaltecos, que murieron el 2 de marzo de 2021, cuando un vehículo utilitario deportivo chocó con un semirremolque cerca de Holtville, California, 10 de marzo de 2021. (Ariana Drehsler/The New York Times)

HOLTVILLE, California — La Expedition de Ford llevaba tanto peso que al principio sus neumáticos se quedaron girando en la arena del desierto mientras el vehículo se abría paso por una abertura en el muro fronterizo. Luego se fue a toda velocidad por un camino de terracería mientras México desaparecía en el espejo retrovisor. Había 25 personas en el interior, muchas apretujadas en el piso y otras encorvadas a medio parar.

Cerca del frente estaba José Eduardo Martínez, de 16 años, quien se subió al vehículo ilegal con la esperanza de reunirse con su tío en Utah para trabajar en construcción. Apiñados en la parte trasera, donde habían quitado los asientos, estaban Zeferina Mendoza, de 33 años, y su prima, Rosalía García González, de 34 años, quienes tenían información sobre empleos en los campos de fresas de California. Al volante iba Jairo de Jesús Dueñas, de 28 años, quien planeaba ganar dinero para comprar un auto y convertirlo en Uber en México.

Viajaron 24 kilómetros por un camino rural en el valle de Imperial en California, 177 kilómetros al este de San Diego. Tal vez el chofer se distrajo o no pudo ver la señal de alto debido a la luz del alba. Tal vez no se percató del tiempo que le iba tomar detener un vehículo cargado de 25 personas. El vehículo dio tumbos hasta encontrarse con un tráiler que viajaba a toda velocidad por la ruta estatal 115.

Pocos de los sobrevivientes han podido describir qué ocurrió después. Doce personas murieron en el acto, una decimotercera en un hospital.

No recuerda casi nada

José no recordaba nada. “Cuando desperté, estaba en el hospital”, dijo, con dificultades para hablar y 25 centímetros de grapas quirúrgicas que se extendían verticalmente en su vientre y otras más alrededor de su cintura. Pasaron dos días antes de que volviera en sí.

El Hotel Kennedy en Mexicali, México, donde 25 indocumentados mexicanos y migrantes guatemaltecos se reunieron el 10 de marzo de 2021 para cruzar la frontera estadounidense en un vehículo utilitario deportivo antes de chocar con un semirremolque cerca de Holtville, California. El incidente dio como resultado trece personas muertas, 16 de marzo de 2021. (Ariana Drehsler/The New York Times)

El camino rural que el 2 de marzo se convirtió en la escena de uno de los accidentes fronterizos más mortíferos en décadas recientes es uno de los cientos de corredores ilícitos que sirven para ingresar a Estados Unidos.

En marzo, las aprehensiones de migrantes a manos de las autoridades a lo largo de la frontera suroeste llegaron a 170.000, la cifra más alta en quince años, un aumento de casi el 70 por ciento en comparación con febrero, de acuerdo con la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza. Miles de niños y familias que llegan a diario de Centroamérica, a causa de la violencia, los desastres naturales y la pandemia, han inundado los centros de procesamiento y han creado un problema humanitario en la frontera.

Un factor en el aumento ha sido un incremento marcado en la cantidad de adultos solteros provenientes de México, donde la pandemia detuvo la economía y dejó a millones de personas sin sustento. Así bien, en la oscuridad antelucana de un martes de marzo, diecisiete mexicanos, junto con ocho guatemaltecos, se apretujaron en un vehículo utilitario deportivo con la esperanza de sortear el último tramo de su viaje.

Este recuento está basado en entrevistas con sobrevivientes y familiares, agentes de la Patrulla de Caminos de California, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos y la Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional, así como en un informe policiaco y la queja federal presentada la semana pasada en contra de un hombre mexicano acusado de organizar el viaje. El hombre, José Cruz Noguez, fue acusado de contrabando humano que ha provocado lesiones graves.

‘No hay futuro en México’

José, el mayor de dos chicos criados en una cabaña del violento estado de Guerrero, al sur de México, se estaba impacientando con la situación de su familia.

Al no tener computadora, José se vio obligado a tomar clases en su celular durante la pandemia.

“No hay futuro en México”, comentó. “Le dije a mi mamá que quería trabajar en Estados Unidos para mantenerlos a ella y a mi hermanito”.

José había crecido con las historias de su tío Pablo, quien llegó a Estados Unidos hace dieciséis años y se volvió experto en la construcción de casas. El tío les había mandado dinero a sus hijos de forma regular. Así que José dijo que quería probar suerte.

“Quise convencer a mi sobrino de que el sueño americano no es lo que uno piensa; es mejor quedarte allá y estudiar”, comentó el tío, Pablo Mendoza, de 41 años, quien ha vivido en Utah desde 2004. “Pero cuando insistió, le dije que le iba a ayudar. Sentí que no me quedaba de otra. Si iba a venir, mejor que estuviera aquí”.

Su madre, María Félix, mencionó que ella también había intentado disuadir a su hijo. Sin embargo, a la postre, cedió.

José tramó un plan con su primo Luis Daniel. Hicieron trabajitos para ahorrar dinero para el viaje. El 24 de enero, partieron para Mexicali, México.

Desde las cifras máximas que alcanzó a inicios de la década de 2000, la migración mexicana a Estados Unidos había bajado de forma drástica conforme se redujo el tamaño de las familias, la economía mexicana se expandió y los cruces se volvieron más peligrosos y caros. Entre 2009 y 2014, por primera vez desde los años cuarenta, se fueron más mexicanos de Estados Unidos de los que llegaron, con lo cual se cerró la cortina de la ola de inmigración más grande en la historia moderna de Estados Unidos.

Sin embargo, la dinámica ha cambiado desde que azotó el coronavirus.

Mendoza era una madre soltera que intentaba mantener a sus tres hijas vendiendo tamales y tejiendo sombreros. La pandemia le había dificultado más ganarse la vida.

Metió unos pesos y ropa en una mochila y se subió a un autobús con dirección a Mexicali para reunirse con su prima, García.

Maynor Melendrez, de 49 años, quien trabaja en construcción en Nueva York, cruzó la frontera en 2003. Había dejado atrás a su esposa y sus dos hijas. Aunque después se divorció de su esposa, dijo que les había enviado dinero a sus dos hijas. La menor, Yesenia Magali Melendrez Cardona, a veces sacaba el tema de hacer el viaje a Estados Unidos, pero su padre siempre se opuso.

No obstante, este año, Yesenia, una estudiante de Derecho de 23 años, comenzó a recibir amenazas de pandillas por teléfono, según Rudy Domínguez, su tío en Brea, California. Al temer por su vida, Yesenia y su madre, Verlyn Cardona, de 47 años, decidieron buscar salvaguarda en Estados Unidos. En febrero, salieron de Chiquimulilla, Guatemala, para emprender un viaje de 4000 kilómetros a Mexicali.

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Otra persona que se les sumó en la frontera vivía en Mexicali: Dueñas, de 28 años y padre de tres. Dueñas decidió que conducir un auto para una empresa de viajes compartidos podía ser lucrativo. La manera más rápida de ganar dinero para comprarse un auto era trabajar en Estados Unidos.

Los contrabandistas tal vez se aprovecharon de eso cuando decidieron quién iba a conducir la Expedition a través de la barrera y el desierto; según la Patrulla de Caminos de California, Dueñas iba al volante.

Una gran operación de contrabando

El 1.º de marzo, el día previo al cruce planeado, José, el adolescente, fue llevado a un rancho a las afueras de Mexicali, donde los coyotes reunieron a unos 40 migrantes. Su primo Luis se quedó para cruzar otro día.

Los migrantes fueron guiados a un área cerca de las Dunas de Arena de Imperial, un destino para los entusiastas de los vehículos todo terreno, donde José vio una brecha en la barrera fronteriza del tamaño suficiente para que cruzara un vehículo.

Los migrantes se distribuyeron en dos vehículos, una Yukon de GMC y la Expedition; se aventuraron a cruzar, solo para quedar atascados en la arena.

“Todos tuvieron que salir y los hombres comenzaron a empujar”, recordó Mendoza.

Para cuando José se volvió a subir, la Expedition parecía más llena que antes.

Unos minutos más tarde, la Yukón estalló en llamas, esto alertó a la Patrulla Fronteriza, que envió agentes a la escena.

Para cuando respondieron los bomberos de Holtville, California, los agentes ya habían extinguido el fuego. Los agentes que peinaron la zona atraparon a diecinueve pasajeros mexicanos que habían escapado de la Yukon y se habían escondido en los arbustos.

Cuando se estaba retirando de la escena, el jefe local de bomberos, Alex Silva, recibió una llamada sobre un choque en la intersección de la ruta estatal 115 y Norrish Road, a 3 kilómetros de Holtville.

Se encontró con el accidente más espantoso que hubiera visto en sus 29 años de carrera. Doce personas fueron declaradas muertas en la escena, entre ellas Melendrez, Dueñas y la prima de Mendoza, García. Trece fueron transferidas a hospitales, donde una murió; el chofer del camión, el cual llevaba detrás dos contenedores vacíos, sufrió lesiones moderadas.

Mendoza despertó en el hospital conectada a máquinas y con dolor en el pecho destrozado y su pierna derecha, la cual estaba hecha añicos de la rodilla para abajo. El 7 de marzo, fue dada de alta y se reunió con sus parientes en Watsonville, California.

El cónsul general de México en San Diego, Carlos González Gutiérrez, comentó que cabía la posibilidad de que los pasajeros que sobrevivieron se quedaran en Estados Unidos si cooperaban con la investigación.

“Espero que mi madre se pueda quedar allá”, mencionó la hija de Mendoza, Matilde, de 16 años, desde Guatemala. “Fue a trabajar por nosotras. Quería darnos algo mejor”.

This article originally appeared in The New York Times.