Anuncios
U.S. markets closed
  • S&P 500

    5,011.12
    -11.09 (-0.22%)
     
  • Dow Jones

    37,775.38
    +22.07 (+0.06%)
     
  • Nasdaq

    15,601.50
    -81.87 (-0.52%)
     
  • Russell 2000

    1,942.96
    -4.99 (-0.26%)
     
  • Petróleo

    82.54
    -0.19 (-0.23%)
     
  • Oro

    2,394.10
    -3.90 (-0.16%)
     
  • Plata

    28.29
    -0.09 (-0.32%)
     
  • dólar/euro

    1.0644
    -0.0002 (-0.02%)
     
  • Bono a 10 años

    4.6470
    +0.0620 (+1.35%)
     
  • dólar/libra

    1.2433
    -0.0005 (-0.04%)
     
  • yen/dólar

    154.6160
    +0.0160 (+0.01%)
     
  • Bitcoin USD

    63,652.83
    +2,133.72 (+3.47%)
     
  • CMC Crypto 200

    1,312.14
    +426.60 (+48.15%)
     
  • FTSE 100

    7,877.05
    +29.06 (+0.37%)
     
  • Nikkei 225

    38,079.70
    +117.90 (+0.31%)
     

El meteórico ascenso de Clubhouse: la red social de moda es fascinante, pero cuidado

Clubhouse, la aplicación social de audio a la que solo se tiene acceso por medio de una invitación, es cautivadora. También tiene algunos problemas bastante serios de gente grande. (Filippo Fontana/The New York Times)
Clubhouse, la aplicación social de audio a la que solo se tiene acceso por medio de una invitación, es cautivadora. También tiene algunos problemas bastante serios de gente grande. (Filippo Fontana/The New York Times)

Hace unas noches, después de mi viaje semanal al supermercado, me quedé pegado al asiento del auto mientras escuchaba Clubhouse, la aplicación social de audio a la que solo se tiene acceso por medio de una invitación.

Mientras mi helado se derretía en el maletero, me metí en una sala en la que Tom Green, el excomediante de MTV y protagonista de “Fuera de casa”, estaba debatiendo sobre la ética de la inteligencia artificial con un grupo de computólogos y Deadmau5, el famoso DJ canadiense.

Cuando se acabó ingresé a una sala llamada NYU Girls Roasting Tech Guys. Ahí, escuché a estudiantes universitarios que jugaban un juego de citas en el que los concursantes tenían 30 segundos en el escenario para seducir a alguien de la audiencia.

PUBLICIDAD

Y después de varias rondas de ese juego, me uní a una sala llamada Cotton Club, donde los usuarios cambiaron sus avatares a retratos en blanco y negro, y fingían ser clientes de un bar clandestino al estilo de la década de 1920, con música de jazz de fondo.

Dos horas más tarde, con mi helado en un estado completamente líquido, salí del auto con la sensación de que había experimentado algo especial. Todo fue fascinante, sorprendente y un poco surreal, como asomarse a las ventanas de las casas de extraños interesantes. Y me recordó una euforia similar que sentí hace años, cuando las celebridades y estrafalarios creativos comenzaron a aparecer en Facebook y Twitter.

Últimamente, he pasado mucho tiempo en Clubhouse y los paralelismos con los primeros días de hipercrecimiento de esa primera generación de redes sociales son asombrosos. La popularidad que ha ganado la aplicación en once meses —tiene más de diez millones de usuarios y las invitaciones se venden hasta en 125 dólares en eBay— desencadenó el desenfreno entre los inversionistas, quienes han valuado la empresa en 1000 millones de dólares. Para aumentar el alboroto, han aparecido celebridades como Elon Musk, Oprah Winfrey y Joe Rogan. Además, la aplicación está engendrando competencia con Twitter y Facebook, las cuales están experimentando con productos similares.

Toda red social exitosa tiene un ciclo de vida que se parece más o menos a esto: ¡Vaya! ¡No cabe duda de que esta aplicación es adictiva! ¡Qué tal todos los usos divertidos y emocionantes que les están dando las personas! ¡Ah, mira! ¡Aquí también puedo ver las noticias y opiniones políticas que me interesan! ¡Esto empoderará a los disidentes, promoverá la libertad de expresión y derrocará los regímenes autoritarios! Eh… ¿por qué los troles y los racistas están ganando millones de seguidores? ¿De dónde vienen todas estas teorías de la conspiración? Esta plataforma debería contratar moderadores y arreglar sus algoritmos. Vaya, este lugar es una fosa séptica. Voy a borrar mi cuenta.

Lo extraordinario de Clubhouse es que parece estar experimentando todo este ciclo de golpe, durante su primer año de existencia.

Comencé a usar Clubhouse en otoño. En ese momento, la aplicación parecía estar dominada por el típico primer usuario —trabajadores del sector tecnológico, capitalistas de riesgo, gurús de la mercadotecnia digital— junto con un contingente considerable de personalidades negras influyentes y varias figuras “heterodoxas” del internet que, en su mayoría, usaban la plataforma para quejarse de los medios tradicionales y lanzaban diatribas contra la cultura de la cancelación.

Desde el inicio, hubo señales de que Clubhouse estaba corriendo a toda velocidad el ciclo de vida de una plataforma. Semanas después de su lanzamiento, surgieron las quejas de que estaba permitiendo la proliferación del acoso y el discurso de odio, incluidas grandes salas en las que los hablantes supuestamente hacían comentarios antisemitas. La empresa hizo lo posible para actualizar los lineamientos de su comunidad y agregar funciones básicas de bloqueo y denuncia, y sus fundadores cumplieron con el requisito Zuckerberg de hacer la gira de las disculpas (“En Clubhouse, condenamos de manera inequívoca la antinegritud, el antisemitismo y todas las otras clases de racismo, discursos de odio y abusos”, decía una publicación en el blog de la empresa en octubre).

La empresa también ha enfrentado acusaciones de haber hecho un mal manejo de los datos de los usuarios, incluido un informe de la Universidad de Stanford que encontró que la compañía pudo haber mandado datos a través de servidores en China, con lo cual posiblemente le dio acceso al gobierno chino a información delicada de los usuarios (la empresa prometió asegurar los datos de los usuarios y someter sus prácticas de seguridad a una auditoría externa). Además, los defensores de la privacidad se han opuesto a las agresivas prácticas de crecimiento de la aplicación, entre las que se cuentan pedirles a los usuarios que suban todas sus listas de contactos para enviarles invitaciones a otros.

“Problemas graves de privacidad y seguridad, mucha extracción de datos, el uso de patrones oscuros, un crecimiento sin un claro modelo de negocios. ¿Cuándo aprenderemos?”, escribió en un tuit de esta semana Elizabeth Renieris, directora del Laboratorio de Ética Tecnológica de la Universidad de Notre Dame e IBM, en el que comparó a Clubhouse de este momento con los primeros días de Facebook.

Si somos justos, hay diferencias estructurales importantes entre Clubhouse y las redes sociales existentes. A diferencia de Facebook y Twitter, las cuales giran en torno a contenido central seleccionado por medio de algoritmos, Clubhouse está organizada como una especie de Reddit: un cúmulo de salas temáticas, que moderan los usuarios, con un “pasillo” central en el que los usuarios pueden buscar salas en progreso. Las salas de Clubhouse desaparecen después de que se acaba la conversación, y las reglas prohíben grabar una sala (aunque todavía se puede hacer), es decir que “volverse viral”, en el sentido tradicional, en realidad no es posible. Los usuarios deben ser invitados al “escenario” de una sala para hablar, y los moderadores pueden expulsar sin problemas a los hablantes indisciplinados o alborotadores, así que hay menos riesgo de que los troles secuestren una conversación civilizada. Además, Clubhouse no tiene anuncios, lo cual reduce el riesgo de un agravio para obtener ganancias.

Sin embargo, existen muchas similitudes. Al igual que otras redes sociales, Clubhouse tiene varias funciones de “descubrimiento” y tácticas agresivas de crecimiento acelerado dirigidas a llevar a los nuevos usuarios cada vez más adentro de la aplicación, incluidas recomendaciones algorítmicas, notificaciones automáticas personalizadas y una lista de usuarios sugeridos para seguir. Estas funciones, combinadas con la capacidad de Clubhouse para formar salas privadas y semiprivadas con miles de personas en ellas, crean algunos de los mismos malos incentivos y oportunidades para el abuso que han perjudicado a otras plataformas.

La aplicación tiene fama de gozar de una moderación laxa que también ha atraído a varias personas vetadas en otras redes sociales, entre ellas figuras asociadas con QAnon, Stop the Steal (Detengan el robo) y otros grupos extremistas.

No obstante, antes de que me taches de odiador de Clubhouse, permíteme dar una nota de optimismo. En realidad, me gusta Clubhouse y creo que su innovación tecnológica central —una manera sencilla de crear experiencias participativas de audio en vivo— tiene una utilidad genuina. La mayoría de las salas en las que he estado son civilizadas y bien moderadas, y si dejas pasar las salas megapopulares llenas de celebridades y de gente que se quiere colgar de la fama, puedes encontrar cosas verdaderamente fascinantes.

Las últimas semanas, he escuchado una sala de Clubhouse con doctores y enfermeras negros que hablan sobre sus experiencias de racismo en la medicina, y una sala en la que un psicólogo prominente dirige un taller sobre luto y dolor. He merodeado en concursos de karaoke coreano, he escuchado a expertos en energía debatir sobre la energía nuclear y he sido el anfitrión de conversaciones civilizadas sobre los medios. La otra noche, después de probar varias decenas de salas de Clubhouse, me quedé dormido con los sonidos del club de las canciones de cuna, una reunión nocturna de Clubhouse en la que participan músicos que cantan canciones para ayudarse a quedarse dormidos.

La capacidad de salir y entrar de este tipo de salas de modo espontáneo y alternar entre escuchar con pasividad y hablar de manera activa es parte de lo cautivador de Clubhouse… y lo que la diferencia tanto de escuchar un pódcast o asistir a un seminario web por Zoom. Clubhouse también tiene un azar novedoso que la hace más interesante que las redes sociales en las que los algoritmos están encargados de confeccionar cada uno de los pedazos de contenido según tus intereses exactos (como lo escribió Nicholas Quah en Vulture: “Hay algo que se siente fascinantemente nuevo en poder pasar entre varias comunidades espontáneas que no buscaste a propósito”).

Por supuesto, una pandemia que atrapa a la gente dentro de su casa y la deja hambrienta de conexión social es un entorno ideal para lanzar una nueva aplicación social, y Clubhouse podría perder a algunos de sus usuarios en cuanto estén vacunados y vuelvan a socializar en la vida real.

No obstante, espero que Clubhouse sobreviva, aunque sea porque pudo ofrecer una alternativa a las redes sociales en las que hemos iniciado sesión la última década y media más amable y menos escandalosa.

Si la plataforma puede arreglar sus problemas y aprender de los errores que cometieron empresas más grandes antes que ella, tal vez me apunte a desvelarme muchas más noches en mi auto.

This article originally appeared in The New York Times.

TE PUEDE INTERESAR

(VIDEO) Criptomonedas - Consejos para cuidar tu dinero

Majestuosas e ilegales: Los motivos para demoler estas 3 mega construcciones

Lo que buscan los nuevos ricos en sus viviendas de lujo