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La miseria escondida detrás del auge del anime

El distrito de Akihabara en Tokio, centro de la cultura del anime, el 14 de enero de 2021. (Noriko Hayashi/The New York Times)
El distrito de Akihabara en Tokio, centro de la cultura del anime, el 14 de enero de 2021. (Noriko Hayashi/The New York Times)

TOKIO — El negocio del anime japonés nunca ha estado en un mejor momento que el actual. Y esa es exactamente la razón por la que Tetsuya Akutsu está pensando en abandonarlo.

Cuando Akutsu comenzó su carrera como animador hace ocho años, el mercado mundial del anime —que incluye programas de televisión, películas y mercancía— tenía apenas un poco más de la mitad del tamaño que llegaría a tener en 2019, cuando alcanzó un estimado de 24.000 millones de dólares. El auge pandémico de la emisión de video en continuo ha acelerado aún más la demanda a nivel nacional e internacional. Las personas están viendo maratones de títulos infantiles como “Pokémon” y películas ciberpunk espectaculares como “Ghost in the Shell”.

Pero muy poca de esa bonanza ha llegado a Akutsu. Aunque trabaja casi todo el día, se lleva a casa apenas entre 1.400 y 3.800 dólares mensuales como animador principal y director ocasional de algunas de las franquicias de anime más populares de Japón.

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Y él es uno de los afortunados: miles de ilustradores de nivel inferior realizan un agotador trabajo a destajo por sueldos de apenas 200 dólares al mes. En lugar de recompensarlos, el crecimiento explosivo de la industria solo ha ampliado la brecha entre las ganancias que ayudan a generar y sus salarios miserables, lo que ha ocasionado que muchos de ellos se pregunten si podrán continuar trabajando en lo que les apasiona.

“Quiero trabajar en la industria del anime por el resto de mi vida”, dijo Akutsu, de 29 años, durante una entrevista telefónica. Pero en un momento de su vida en que se prepara para formar una familia, Akutsu siente una intensa presión financiera para renunciar. “Sé que es imposible casarse y hacerse cargo de un hijo”.

Los bajos sueldos y las pésimas condiciones laborales —ser hospitalizado por exceso de trabajo puede llegar a ser una medalla de honor en Japón— han desconcertado a las leyes habituales del mundo empresarial. En condiciones normales, al menos en teoría, el aumento de la demanda estimularía la competencia por captar gente talentosa, lo cual elevaría el salario de los trabajadores existentes y atraería a otros nuevos.

Eso está sucediendo en cierta medida en los niveles más altos de la industria. Los ingresos anuales promedio de los ilustradores clave y otros talentos destacados se incrementaron de alrededor de 29.000 dólares en 2015 a aproximadamente 36.000 dólares en 2019, según las estadísticas recopiladas por la Asociación de Creadores de Animación de Japón, una organización sindical.

Tetsuya Akutsu, un animador independiente, trabajando desde su apartamento en Tokio el 14 de enero de 2021. (Noriko Hayashi/The New York Times)
Tetsuya Akutsu, un animador independiente, trabajando desde su apartamento en Tokio el 14 de enero de 2021. (Noriko Hayashi/The New York Times)

Estos animadores se conocen en japonés como “genga-man”, término utilizado para aquellos que dibujan lo que se denomina fotogramas clave. Como uno de ellos, Akutsu, un profesional independiente que se pasea por los numerosos estudios de animación de Japón, gana lo suficiente para comer y rentar un diminuto apartamento tipo estudio en un suburbio de Tokio.

Sin embargo, su salario está muy por debajo de lo que ganan los animadores en Estados Unidos, donde el sueldo promedio es de 75.000 dólares al año, según datos gubernamentales, y donde los salarios de los ilustradores de alto nivel a menudo superan con facilidad las seis cifras.

Hasta hace relativamente poco, Akutsu, quien se negó a detallar las prácticas salariales específicas de los estudios que lo han empleado, trabajaba arduamente como “douga-man”, los animadores principiantes que se encargan de la labor cuadro por cuadro que transforma las ilustraciones de un “genga-man” en ilusiones de movimiento fluido. La organización sindical reveló que estos trabajadores ganaron un promedio de 12.000 dólares en 2019, aunque advirtió que esta cifra se obtuvo a partir de una muestra limitada que no incluyó a muchos de los trabajadores independientes a quienes se les paga todavía menos.

El problema se deriva en parte de la estructura de la industria, la cual restringe el flujo de las ganancias a los estudios. Sin embargo, los estudios logran salir adelante con las escasas ganancias en parte porque hay una infinidad de jóvenes apasionados por el anime que sueñan con forjarse un nombre en la industria, afirmó Simona Stanzani, quien ha trabajado en la industria como traductora durante casi tres décadas.

“Hay muchos artistas desempleados que son increíbles”, dijo, y añadió que los estudios “tienen mucha carne de cañón, así que no tienen ninguna razón para aumentar los salarios”.

Cómo funciona la industria del anime

Una gran riqueza ha inundado el mercado del anime en los últimos años. Las productoras chinas han pagado grandes cantidades de dinero a los estudios japoneses para la producción de películas para su mercado nacional. En diciembre, Sony —cuya división de entretenimiento se ha quedado bastante rezagada en la carrera para publicar contenido en línea— le pagó a AT&T cerca de 1200 millones de dólares para comprarle el sitio de videos de anime Crunchyroll.

El negocio va tan bien que casi todos los estudios de animación de Japón ya han firmado contratos para proyectos con varios años de anticipación. Netflix reveló que la cantidad de hogares que vieron anime en su servicio de emisión en continuo en 2020 se incrementó un 50 por ciento con respecto al año anterior.

Sin embargo, muchos estudios han sido excluidos de la bonanza debido a un sistema de producción anticuado que dirige casi todas las ganancias de la industria a los denominados “comités de producción”.

Estos comités son coaliciones especiales de fabricantes de juguetes, editoriales de cómics y otras compañías que son creadas para financiar cada proyecto. Por lo general, les pagan a los estudios de animación una tarifa fija y se quedan con las regalías.

Los estudios suelen estar dirigidos por “creativos que quieren hacer algo realmente bueno” e “intentan abarcar demasiado y ser exageradamente ambiciosos”, afirmó Justin Sevakis, fundador de Anime News Network y director ejecutivo de MediaOCD, una compañía que produce anime para el mercado estadounidense.

“Para el momento en que terminan, es muy probable que hayan perdido dinero en el proyecto”, comentó. “Todo el mundo sabe que es un problema, pero por desgracia es algo tan sistémico que nadie sabe en realidad qué hacer al respecto”.

En esta imagen tomada el 16 de diciembre de 2020, los peatones pasan junto a un cartel que promociona la película de anime Demon Slayer - Kimetsu no Yaiba the Movie: Mugen Train - en un cine en Tokio. (Foto de KAZUHIRO NOGI / AFP a través de Getty Images)
En esta imagen tomada el 16 de diciembre de 2020, los peatones pasan junto a un cartel que promociona la película de anime Demon Slayer - Kimetsu no Yaiba the Movie: Mugen Train - en un cine en Tokio. (Foto de KAZUHIRO NOGI / AFP a través de Getty Images) (KAZUHIRO NOGI via Getty Images)

Lo mismo ocurre con la naturaleza inclemente del trabajo. Incluso en un país con una devoción a veces letal por la oficina, la industria del anime es conocida por sus atroces exigencias a los empleados. Los animadores hablan con un orgullo perverso acerca de este tipo de actos de devoción, como dormir en sus estudios durante semanas para terminar un proyecto.

En el primer episodio de “Shirobako”, un anime sobre los esfuerzos de los jóvenes para entrar en la industria, una ilustradora colapsa con fiebre a pocos días de la fecha límite de entrega. El suspenso del final del episodio no se enfoca en su salud, sino en si la animación que está dibujando podrá estar lista a tiempo para salir al aire.

Jun Sugawara, un animador digital y activista que dirige una organización sin fines de lucro que ofrece viviendas asequibles a jóvenes ilustradores, comenzó a hacer campaña a favor de sus derechos en 2011 tras enterarse de las terribles condiciones que tenían que soportar los trabajadores que creaban su anime favorito.

Unas condiciones laborales ilegales

Las largas jornadas de los animadores al parecer violan las leyes laborales japonesas, dijo Sugawara, pero las autoridades han mostrado poco interés en ese problema a pesar de que el gobierno ha hecho del anime una parte central de sus iniciativas públicas de diplomacia a través de su programa Cool Japan.

“Hasta el momento, los gobiernos nacionales y locales no tienen ninguna estrategia eficaz” para abordar el problema, dijo Sugawara. Agregó que “Cool Japan es una política irrelevante y sin sentido”.

Durante una entrevista, un funcionario del Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar de Japón afirmó que el gobierno estaba al tanto del problema, pero que no podía hacer mucho a menos que los animadores presentaran una queja.

Unos cuantos lo han hecho. El año pasado, al menos dos estudios llegaron a acuerdos con empleados tras reclamos de que los estudios violaban las leyes laborales japonesas al no pagar las horas extras.

En los últimos años, algunas de las empresas más grandes de la industria han cambiado sus prácticas laborales tras haber sido presionadas por las entidades reguladoras y el público, afirmó Joseph Chou, propietario de un estudio de animación digital en Japón.

Netflix también se ha involucrado y anunció este mes que se asociará con WIT Studio para brindar apoyo financiero y capacitación a los jóvenes animadores que trabajan creando contenido para el estudio. Con el programa, diez animadores recibirán alrededor de 1400 dólares mensuales durante seis meses.

Pero muchos de los estudios más pequeños están sobreviviendo a duras penas y no tienen mucha capacidad para subir los sueldos, dijo Chou. “Es un negocio con un margen de ganancia muy bajo”, aseguró. “Requiere demasiada mano de obra”. Chou agregó que los estudios “que logran adaptarse son los grandes, los que son públicos”.

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This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company